Epílogo

— ¡Naia ayúdame con la natilla! —solicita María del Carmen desde la cocina.

— ¡Ya voy mamá! —exclama ella en respuesta antes de entrar en la cocina para lavarse las manos.

— ¡Ya están listos los buñuelos! —anuncia la abuela Milagros a todos con una gran sonrisa en los labios mientras los coloca sobre la mesa del comedor.

—Mamá ve a sentarse nosotras terminamos —pide su hija, preocupada de que se canse al estar de pie.

—No, no, no, descansaré cuando me muera.

—Mamá no digas eso.

—Abuela no seas ave de mal agüero.

—Tonterías, cuando Dios me llame a su lado estaré contenta de ir, porque me ha dado muchas bendiciones.

Sonrió más feliz al ver su casa llena de una nueva familia. Ahora tanto ella como su hija vivían en una nueva casa, grande y hermosa situada en uno de los barrios más exclusivos de Manizales, porque por más que el esposo de su nieta las invitara a vivir con ellos en Estados Unidos, esa idea jamás le pareció encantadora. Ella era de las que preferían vivir y morir en su tierr
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