Peter forcejeaba contra los guardias, pero eran demasiado fuertes. No pudo liberarse. Tras el incidente, lo sentenciaron a quince días de detención por agredir a Stacey dentro de la prisión.
Lo que Peter no esperaba era que Stacey perdiera completamente la razón. Una evaluación psiquiátrica lo confirmó. Peter, aunque no estaba loco, parecía un hombre destruido. Su comportamiento era el de alguien que lo había perdido todo.
—¿Qué he hecho? —susurró.
Cayó de rodillas. Se golpeó la cara una y otra vez, dejando que el sonido seco llenara el aire. Su piel se enrojeció, pero no se detuvo.
¿De qué servía ya? Nada podía cambiar. El arrepentimiento no significaba nada. Sus errores estaban grabados en su mente, y no podía escapar de ellos.
Tanto Stacey como Ashley le habían mentido. Y aun así, él las trató como si fueran todo para él. Incluso echó de la casa a su hija, Bianca... la única que nunca le mintió.
Peter deseaba poder estrellarse contra una pared y acabar con todo.
Cuando salió, el so