Dentro de la prisión, cada rincón estaba vigilado por cámaras. Cuando Stacey mostró los primeros signos de complicaciones, el personal llamó de inmediato a los doctores y enfermeros del hospital más cercano.
—Señor, sé que esto es difícil, pero por favor, cálmese —dijo uno de los doctores.
—Está bien. Me calmaré —respondió Peter, mirando desesperado a su alrededor—. ¿Dónde está Stacey? Necesito verla. Quiero verla. Ahora.
—Acaba de sufrir un aborto espontáneo. Está descansando. No puede verla.
—Entonces... ¿puedo pedir una prueba de paternidad del bebé? —preguntó Peter al fin.
El bebé ya no estaba, pero Peter necesitaba saber la verdad. Sin respuestas, no podía seguir adelante.
—Necesitamos el permiso del director de la prisión para eso —respondió el médico.
Después de una larga y tensa espera, Peter recibió noticias. El director había aprobado la prueba de paternidad.
Cuando recibió los resultados unos días después, Peter se desplomó. El bebé no era suyo.
—¡Maldita sea! Stacey... ¡me