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—Si no quieres que ponga la mano ahí, está bien —le dijo, con la mirada fija en sus ojos verdes. Tan intensa que estaba segura de que podía ver a través de ella, por más profundo que estuviera su enorme pene enterrado en su interior—. Quítalo. ¿De acuerdo?

Ella asintió de nuevo y sintió su mano firme en su garganta. No apretada, pero la leve sensación de restricción le provocó un nuevo tipo de cosquilleo en la espalda. Sintió como si su clítoris se hinchara.

—Ponte de puntillas, Lexi —repitió, con un tono más sombrío esta vez.

Y entonces la penetró.

No había otra palabra para describirlo, y con cada embestida profunda y cruda de su pene en su cuerpo, comprendió la diferencia de una forma que nadie podría haberle explicado. Si había un ritmo, no lograba percibirlo. Era imposible mover las caderas, ni con él ni contra él.

Fue una paliza.

La sujetó por las caderas y el cuello, y de ella dependía aferrarse a su brazo. Poniéndose de puntillas, porque si no, se desplomaría contra él y tal
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