—Muy bien —dijo Tyler, y el alivio que la inundó entonces fue tan intenso y profundo como el anterior. Casi la derribó—. No estaba seguro de que pudieras seguir instrucciones, Lexi. Estoy orgulloso de ti.
Y entonces él estaba detrás de ella. Incluso creyó sentir el calor que emanaba, aunque no la tocó.
—Mírate. Esa concha está tan mojada. Tan necesitada. Solo hay una solución.
Lexi se había quedado sin palabras. Las había dejado en algún lugar de ese montón de ropa, y pensó que moriría… Si la tocaba. Si no lo hacía. Si no le hacía nada, porque el simple hecho de que hubiera mencionado su concha la hacía palpitar. Y sintió una oleada de deseo ardiente y visceral que la invadía de nuevo.
Entonces, por fin, la tocó, colocándose justo detrás de ella para que sintiera la textura áspera de sus vaqueros contra la curva de su trasero. Y sus manos se movieron, recorriendo su columna vertebral, para luego descender. Como si la estuviera memorizando. Luego, también sus brazos. Una mano se posó e