Porque era Tyler, y si no creía en nada más, creía en él. Siempre lo había hecho, pero tal vez no era el momento adecuado para indagar en su larga amistad con un hombre que, aparentemente, había albergado todo esto en su interior desde siempre.

Entró al baño. Era pequeño, pero aun así lograba parecer infinitamente lujoso, como todo lo demás en ese lugar. Solo había un cubículo, pero estaba tras una puerta y estaba vacío cuando lo comprobó.

Una luz tenue y acogedora provenía de un aplique en la pared. El lavabo era ornamentado, con toallas suaves sobre la encimera y una selección no solo de jabones y lociones, sino también de artículos de aseo. Incluidos preservativos.

Y solo cuando pudo oír cómo jadeaba —jadeaba de verdad— se dio cuenta de que no había música ambiental. Reinaba un silencio sepulcral.

«No habrá escapatoria», susurró, para comprobarlo. Y su propia voz le pareció demasiado alta.

Se sintió ebria, se dio cuenta entonces. Eso era distinto a la inestabilidad, y en cierto mod