Lexi lo miró fijamente, y algo en su rostro cambió. Quizás fue porque no sonreía. No se escondía. Quizás, en realidad, estaba cansado de esconderse durante todos estos años. Por un instante, allí, en la oscuridad, con la luz del puente a lo lejos y la ópera elevándose como una ola tras ellos, fue, por una vez… él mismo.
Sin ataduras. Sin remordimientos. Liberado, por fin.
Lexi emitió un leve gemido. Sorpresa, tal vez. Necesidad, insistía algo oscuro en su interior.
—No he venido hasta aquí para hablar de sexo —dijo con voz firme.
—Joder —la corrigió, y entonces sí que sonó como él mismo. No la versión despreocupada que le mostraba. —De la verdadera follada de la que te has perdido todo este tiempo, de hecho.
La observó tragar saliva, y la forma en que se movía su garganta. E incluso eso se sintió como sus elegantes manos rodeando su pene, sujetándolo. Masajeándolo. Volviéndolo loco.
—No me subí a un avión y vine hasta aquí solo para hablar de esto —dijo con una extraña insistencia—. N