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—Dime que quieres que pare. —Besó la curva de su cuello, el punto más sensible, el que la hacía querer soltar un gritito de placer—. Dime que tenemos que parar porque será más difícil soltarnos si no.

—No pares. Por favor, no pares.

No apartó la mirada de ella mientras deslizaba la otra tira de su hombro. Deslizó la prenda lentamente por sus brazos. Su mirada descendió aún más. —Eres demasiado hermosa como para conformarte con menos de lo que deseas. Dime qué quieres.

Sujetándola con ambas manos, sus pulgares acariciaron la parte inferior de sus pechos, mientras bajaba la cabeza y lamía suavemente uno de sus pezones. El jadeo que escapó de su garganta sonó como una vida entera de frustración liberada. Bajó la barbilla hasta el pecho cuando él lo hizo de nuevo. Le encantaba verlo admirarla así, sabiendo que lo excitaba. —Te quiero. Ahora mismo.

—Arriba —murmuró.

Antes de darse cuenta, ya estaba en brazos de él, sintiéndose diminuta, como si no pesara nada. Él subió las escaleras a pas
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