No quería darle muchas vueltas. Quería estar de vuelta en la cama de Javier, acurrucada entre las sábanas, sin almohadas, olvidando el resto del mundo. Lo había tenido el fin de semana. ¿Acaso no podían conformarse con eso?
Alcanzó a ver a Javier cuando salió del garaje. La respuesta fue clara al observar sus movimientos. Un fin de semana no bastaría. Con vaqueros y un suéter gris, ropa que en cualquier otro hombre no tendría nada de especial, él estaba impresionante. Se bajó las gafas de sol, que llevaba entre su espesa cabellera. No poder verlo más, en todos los sentidos, sería una gran decepción.
—Necesito coger una cosa más dentro —le dijo desde el camino de piedra frente a la casa.
—Sin problema. Tómate tu tiempo —respondió ella.
Sonó una versión amortiguada del tono de llamada de su móvil. ¿Quién me llama? Lo sacó del fondo del bolso, sintiendo un vuelco en el estómago al ver el nombre en la pantalla. Vaya golpe de realidad. Alejandro. Se alejó del coche con un dedo en la oreja.