Javier sopesó el peso en el estómago y descubrió que era una mezcla de decepción y dolor. La confianza nunca había sido un problema para él. Pero, siendo totalmente sincero, tendría que reconocer que se sentía avergonzado y sin saber cómo afrontar el día siguiente.
Se puso de pie, desnudo, y no le sorprendió descubrir que aún tenía una erección. Era inevitable. Lucía, a pesar de su temperamento voluble y su antipatía, lo conseguía. Todo en ella atraía sus instintos masculinos básicos. Su belleza lo atraía, pero el reto de lidiar con ella lo mantenía interesado.
Nunca había sido de los que usaban a una chica guapa del brazo para reforzar su masculinidad. Era un hombre. La apariencia importaba. Hasta cierto punto. Pero una mujer superficial y egocéntrica lo aburría. Y el aburrimiento era un fastidio para él.
Parecía inútil vestirse cuando subía a asearse. Pero claro, no quería encontrarse con su invitado desnudo. Era hora de recomponerse y hacer un plan. Tras una larga y bendita ducha c