El aroma de su jabón de ducha le nublaba los pensamientos. Quería tirar la cuchara a un lado y besarlo hasta dejarlo inconsciente. El calor de él a su espalda le hacía temblar las manos. Agarrando el utensilio con fuerza, intentó fingir que no era nada raro jugar al chef con el hombre que la había seducido frente al fuego apenas unas horas antes.
Sus dedos la sujetaron y la soltaron, con la voz ronca mientras le hablaba al oído. «Ya le has pillado el truco».
Para su profunda decepción, él se apartó, dirigiéndose a abrir latas de sopa de tomate y salsa. Ella lo observó de reojo. El hecho de que no estuviera preparando una salsa exótica desde cero la hacía sentir un poco mejor.
De repente, se dio cuenta de que la sartén chisporroteaba mucho más que hacía unos momentos. «¿Javier?».
Casi al mismo tiempo que pronunciaba su nombre, la grasa caliente crujió. Una salpicadura le golpeó el antebrazo y gritó, dejando caer la cuchara y esparciendo trozos de carne molida dorada por todas partes.
Ja