Se sintió adulta por primera vez en su vida, en igualdad de condiciones, y la adrenalina resultante le dio confianza.
Javier hizo tintinear las llaves. "Ah", dijo.
Su expresión no era alentadora. De hecho, estaba ansioso por irse. A sus casi treinta años, Javier Hernández estaba en su mejor momento, y era prácticamente el hombre más atractivo que Lucía había visto en su vida.
Se acercó tres pasos. "Pensé que te gustaría invitarme a cenar algún día", dijo.
La expresión de su rostro, como si lo hubieran apuñalado, no era halagadora. La desesperación la invadió. Avanzó con determinación, se puso de puntillas para rodearlo con los brazos y lo besó en la boca. Él la rodeó con los brazos por reflejo, pero todo su cuerpo se tensó.
"Eh, Lucía..."
Le dio besos desde la nariz hasta la barbilla y el cuello bronceado, que dejaba al descubierto una camisa de vestir de cuello abierto. “Sé que has estado esperando a que crezca”, susurró. “Por favor, dime que me deseas. Sé que sí”.
Su creciente erecc