CAPÍTULO 31. Esto no se ha terminado, señora Garibaldi.

Franco no estaba muy seguro de qué creer, aunque en aquel momento la verdad era que no estaba muy seguro de nada. Era como si aquel deseo le nublara los pensamientos, como si lo único que fuera capaz de sentir fuera el sabor dulce de aquellos labios que se cerraban sobre los suyos.

Victoria se apretó más contra él y Franco metió la lengua en su boca, besándola con una posesividad que no había planeado, pero así era exactamente como se sentía. La sintió tensarse primero y luego derretirse entre sus brazos mientras se apretaba contra su pecho. El italiano rozó sus muslos por encima del vestido, y fue tirando de él hasta que sus manos entraron en contacto con aquella piel suave y delicada.

Victoria gimió con su tacto y se separó de su boca, aferrándolo con fuerza por las solapas de la camisa y apoyando la frente en la suya.

—No… no quiero… No quiero que hagas esto porque yo lo quiero… —murmuró.

Abrió los ojos y se encontró con la mirada clara de aquel hombre.

—Y yo no quiero que lo hagas
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