CAPÍTULO 32. Me gusta sonreír contigo

Victoria caminó despacio hacia su cuarto, pero Franco tuvo que ayudarla a acostar a Massimo, y frunció el ceño cuando la vio hacer una mueca por el esfuerzo.

—No me mires así, a ti también te dolió ese brazo —le dijo ella y el italiano suspiró.

—Bien, entonces mañana compraremos un sillón cómodo y una… —Franco rodeó a Victoria con sus brazos y suspiró—. No, la verdad es que con todo lo que ha pasado sería cruel hacer que Massimo durmiera solito.

—Mmmmm… —Victoria se mordió el labio inferior y él la miró embobado—. ¿Qué te parece esto? Compramos unos puff grandes y una tele, los acomodamos en el cuarto de Massimo, y nos quedamos ahí con él hasta que se sienta seguro durmiendo solito.

—Esas vas a ser muchas noches de películas —sonrió Franco.

—Ajá… creo que no tenemos apuro —murmuró Victoria y él se inclinó para dejarle un beso suave sobre los labios.

—Nos vemos mañana, niña —le sonrió antes de salir y Victoria se acostó junto a Massimo mirando al techo.

Ya no tenía el corazón acelerado
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