Mia
Nunca he creído que el rencor fuera útil. Siempre me pareció una emoción desgastante, una carga innecesaria. Pero claro, eso fue antes de conocer a Alexander Blackwood. Antes de que su voz grave y su mirada oscura comenzaran a habitar mis pensamientos incluso cuando dormía. Antes de que su sombra se colara en mi vida profesional y la desordenara con la misma facilidad con la que desabrocha los botones de su camisa después de una junta tensa.
Ahora, el rencor me sostiene.
Me levanta por las mañanas. Me empuja a vestirme con mis mejores tacones y mi blazer más afilado. Me recuerda, con precisión quirúrgica, cada una de las veces que él me ha hecho tambalear sin tocarme. Y también, cada una de las veces que lo permití.
Hoy no.
Hoy, no más.
—¿Tienes la presentación lista? —pregunta Camila desde su escritorio, con su taza de café aún humeante entre las manos. Me mira con esos ojos de quien sospecha que algo está mal, pero no se atreve a preguntar directamente.
—La terminé anoche. Lo r