Capítulo 31: El hallazgo.
La tarde avanza con una lentitud amable, como si el tiempo aquí decidiera tomarse las cosas con más calma solo para fastidiarme un poco. El sol entra por las ventanas del salón en haces tibios que se estrellan contra el suelo de madera, y por un instante logro olvidar que cada segundo que pasa me acerca al momento de volver. Me siento en el sofá con una taza de café entre las manos, escuchando el leve zumbido del monitor del bebé que Luciana dejó sobre la mesa auxiliar antes de subir a Ethan a dormir la siesta.
—Cayó rendido —dice mi hermana en voz baja mientras se deja caer a mi lado—. No duró ni cinco minutos.
Sonrío apenas. Me reconforta saber que hay rutinas que permanecen intactas, que no todo cambia, aunque el mundo parezca empeñado en hacerlo.
Nos quedamos en silencio unos segundos. El sonido lejano de un coche pasando por la calle se mezcla con el canto apagado de algún pájaro escondido entre los árboles del vecindario. Me apoyo contra el respaldo y cierro los ojos, permitiénd