4. Trato

—Todo el proceso de la residencia abarcará un año, o más —John espera a que Katherine se acomode en sus tacones y la escucha soltar un sonido que no sabe si es de impresión o de negación—. Si se sigue al pie de la letra todo el procedimiento.

—¡Bendito Dios! ¿Un año? —Katherine deja saber su inconformidad—. ¿Un año para que te den un papel…?

—Necesito la visa sin problemas para abrir los casinos, ya se lo he dicho —y empiezan a caminar, no sin antes que Katherine se quede de pie en su lugar, observando las fuentes y los coches aparcados en una hilera que va haciendo un círculo—. Ven, mientras caminamos le explico.

—Es mucho, es mucho —explica Katherine cuando John le ofrece su mano para continuar. Su bolsa se siente pesada. Todo se siente pesado—. ¿Cómo por qué no has renovado tu Visa? ¡Eres millonario y no…!

—Eso no es asunto de hablar ahora. Nuestro objetivo es casarnos, y que me renueven la Visa: porque deportado seré si no lo hago y no podré abrir los casinos —John se quita el abrigo conforme avanzan.

Katherine cree estar en un ensueño ante semejante complicidad al que está a punto de ver. ¡Ah! Quiere salir corriendo, pero vuelven los cuatro millones y la posibilidad de abrir su negocio…y suspira con pesadez.

Da pasos hacia John con rapidez.

—Espera, detente por favor —le ruega. John se quita el cigarro para antes de verla—. ¿No es acaso un delito?

—¿Para ti lo es? Nos beneficia a ambos…

—¡Lo has dicho varias veces! —Katherine mueve sus manos con diligencia—. No es a eso a lo que me refiero. Sino es que…Por Dios, semejante propuesta. No me conoces, no te conozco. ¿Cómo podemos fingir un matrimonio? ¿No es acaso…eso mentir?

John se detiene a mirarla un momento, sólo un pequeño momento. Se da cuenta Katherine que sus ojos negros son más que punzantes, avivados pero imperturbables. Da un calado al cigarro.

—No es esto una propuesta de ética, señorita. Estoy haciendo esto para mis fines, pero considero que usted puede beneficiarse también, sólo fingiendo por un tiempo que es mi esposa para que tanto usted, recibe su parte de la paga, y yo, alze mi negocio. Es parte de un trato. Sólo estaremos unidos legalmente por un tiempo, y después de aquello, nos divorciaremos. Es lo único que haremos. No le pido nada más, e incluso puede seguir su vida como prefiera sin que yo esté a su lado todo el tiempo. Después que me renueven la Visa, usted podrá irse, con su remuneración, y yo seguiré a mi lado. ¿Eso le parece bien?

Se gira Katherine rápidamente hacia un lado, sin preferir sostenerse a algo más. No es que sienta presión o cobardía, pero la desconfianza ante esto está ahí. ¿Qué haces en tal caso? ¿Aceptas de una vez?

¡Un trato! ¡Por un tiempo! Y tienes tus cuatro millones. ¡Millonaria al fin! ¿Es eso acaso bueno? El anhelo de su propio bar lo tiene en la punta de la mente. La imaginación divaga en su casa de ensueño, en su negocio de ensueño, en la vida que siempre había querido.

¡Superarse a sí misma! Y está justo el hada madrina a su lado. ¡Un hombre desconocido! Con una propuesta extraña.

Una propuesta inverosímil. Qué no puede dejar de ser descabellado. No es descabellada, propone. Es un matrimonio falso, con ambas partes igualitarias.

Después de cumplir, no volverá a verlo, y se marchará con cuatro millones…

Katherine da un largo suspiro de embeleso, pero mueve su cabeza para negar. De ser bailarina en un bar por años, a ser dueña de su propias sucursales de bares y restaurantes.

¿No es eso por lo que tanto lucha? ¿No es aquello el deseo de su vida? ¡Claro que lo es! Por eso lo ha seguido, a este hombre presente, que desprende en cada acto algo sublime, por no decir joyas y dinero. Incluso tiene que pensar en la joya que está propuesta en su mano.

Tiene veinticinco millones de dólares en su mano, de los que nunca tendrá y verá en la vida. Para buena suerte, o para mal. ¡Oh! Eso no puede considerarse mala suerte.

Katherine aún así traga saliva, moviendo las manos para que continúe.

—¿Es todo lo que necesitas? —vuelve a inquirir.

A John le divierte esta reacción, pero no es para menos. Vuelve a asentir con su sublime lentitud.

—Sólo eso —hace que su altura deje en el rincón a la altura de Katherine—. No pido más.

Se mantiene Katherine engatusada por el tenor de su voz, en perfecto acento inglés, que procura no ser prolijo, sino más elegante de lo que imagina. Ella se mantiene pensando entonces en su vida, en toda su vida.

—No soy una stripper. Soy una bailarina. Bailarina exótica, como lo han venido llamando —empieza a explicar—. Así que no sé porqué razón has venido ante mí. ¿No es ese un cumplimiento? Observate. Millonario, galán. Espera. ¿Eres soltero?

La pregunta hace que John suba una comisura. No parece tan gélido como pretende ser.

—No tengo tiempo para relaciones —es lo que responde.

Katherine alza sus cejas, cruzándose de brazos. Es su turno de sonreír.

—¿Pero si lo tienes para un matrimonio?

Su interés es notable, porque John alza un poco su rostro, solamente para verla. La mujer vuelve a su porte que había visto en el bar, hace sólo unos momentos.

Le produce una pequeña sonrisa.

—Falso. Un matrimonio falso.

Katherine se da cuenta de su error y asiente. Lo señala con obviedad y se vuelve a cruzar de brazos.

—Es ahora que debe decirme, señorita. Si acepta la propuesta, o si no.

Es el momento crítico, al que tanto espera no puede sentir. O en su apogeo, lo que le estremece el cuerpo. Observa aquella mansión, con valles pulidos, fuentes inmensas, luces doradas a su alrededor y sólo el pequeño rincón puede valer más de lo que vale el apartamento en donde vive. Este hombre no miente.

Este hombre derrocha sólo dinero, sólo poder, y algo más importante.

Elegancia.

¿Cuatro millones en menos de tres años? No ha llegado ni a cuatrocientos mil desde que comenzó en el bar, hace dos años. Los gastos, las deudas, un alquiler. La vivencia de un alma que necesita explorar el mundo y conocer la magnitud de ser…millonario. Por unos meses. Sólo unos meses.

Un poco más, para alzar sus sucursales de restaurantes y bares.

Katherine estira su mano.

—Necesito un comprobante de que eres joyero, y de que todas tus cosas te pertenecen, y son de dinero limpio. No me casaré con un delincuente. Ni siquiera con un ludópata.

John observa su mano, y al instante la toma.

—Trato.

Katherine nota que es firme su agarre, y al mismo tiempo es suavidad.

De pronto lo ve acercarse y busca la caja que sostiene. Cuando la toma, abre y el resplandeciente diamante la estremece de pies a cabeza. Por instinto se aleja. Sin embargo, John toma delicadamente su muñeca y luego sostiene con suavidad sus dedos.

La mente juega desconsolada, porque abre sus dedos, y el diamante se incrusta en su anular. Cuesta su dedo veinticinco millones.

—Es todo tuyo ahora —expresa John. Luego sonríe—. Ahora, andando. Conocerás a Julie, mi asistente.

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