5. Una boda y confidencialidad

Prosigue John un momento después.

—Ella te dirá todo lo que hay por saber, lo demás que tienes que hacer. Te haré firmar un contrato de confidencialidad. De igual forma, a partir de ahora, vivirás bajo mi techo…

—¡Tu techo! Tengo una mascota que hay que cuidar, y deudas que pagar. Mi trabajo…

—Ya no trabajarás. Tu deudas las pago yo, y como recompensa puedes usar mis tarjetas conforme el negocio avance. 

John se gira a mirarla.

—Estamos comprometidos.

Suena prepotente, suena a una gigantesca responsabilidad, pero las palabras suenan sólo a beneficio. El escalofrío la recorre, porque sigue a John y se hace aún más grande aquella mansión. La puerta está abierta, y recrea al sonriente Will que había desaparecido y no se había dado cuenta. Se detiene en la inmensidad de la entrada, alta y ancha y de madera pulida, fina. La reacción es rascarse atrás de su cuello. ¿Esto…tiene que aprender a diferenciar?

—Por favor, pase…

—No me digas así. Me llamó Katherine —se da media vuelta para inclinar su rostro—. Katherine Williams.

—John O’conell —responde el susodicho. Le ofrece el camino—. No tenemos mucho tiempo. Pronto amanecerá y en la tarde iremos a empezar los tramites en la oficina de migración. Mi visa…—John tose—, fue negada. Así que la única opción es esta. Nos prepararemos.

—¿Prepararemos? —Katherine tose también ante semejante cuestión.

—Para la entrevista programada —Contesta John, señalando otra vez el camino hacia la sala principal. Gran sala de estar. Similar a los candelabros que sólo se ven en sueños y en las películas de gangster americanos. ¿Cómo es posible que intimide tanto un solo lugar? Katherine se siente rígida mientras da los pasos—. Si nuestras respuestas no concuerdan, sabrán que mentimos y es probable que se pague una extensa multa.

—¡Ah! ¿Y lo dices ahora? ¿Ahora, ahora? —Katherine siente que no puede haber otro gran miedo—. ¡Y también iremos a prisión!

—No iremos a prisión —contesta John con severidad—. Varios amigos han quedado como amigos, y siguen en un matrimonio normal. ¿Por qué? Bueno, terminan ganando los dos. Ah, otra cosa, entrevistarán a nuestros padres, a nuestros amigos. Y también sus respuestas tienen que coincidir. Sin embargo, el tiempo que tenemos es poco, y debemos comenzar.

—Mis padres —se echa un suspiro de obviedad—. Viven en Las Vegas —aquel detalle pasó por desapercibido pero de igual manera lo dice. Es originaria de Nevada—. Y nunca les he dicho sobre alguien. No creerán esto.

—Lo harán —expresó John—. Iremos a verlos.

Katherine como mucho da un respingo. Suspira, y retrocede.

—¿Cuánto tiempo tomará esto? ¿Todo este procedimiento?

—Tres semanas, para visitarlos. Para aprender las respuestas, para conocernos un poco más, Katherine —finalmente dice su nombre con tal suavidad que parece distinguible la solicitud—. No temas, todo está bien. Todo conseguirá hacerse bien y con prontitud. Más a nuestro favor, que tus padres vivan en Las Vegas. Nos tomaremos el fin de semana, o una semana.

Katherine no es que no respingue, sino que se echa a reír por lo bajo.

—Ah —suspira—, sabrán que miento.

—Trabajaremos en ello —una vez consiguen estar juntos en la sala principal, el sonido del tintineo de copas los hace voltear. John divisa con una sonrisa a la mujer que se acerca.

Agraciada mujer que de igual manera sonríe, porque tiene un rostro angelical y a la vez suspicaz. Y nunca deja su rostro aquella sonrisa.

—Katherine, ven, te presento a mi asistente. Julia, ésta es la mujer de la que tanto te hablé, la que conocí en Manchester. La busqué al aeropuerto está madrugada.

La mujer sonríe y estira su mano hacia Katherine, que de por sí se tensa por la infinita mentira que dice e John.

—Finalmente es un placer conocerla —hace saber Julia—. Y más que una asistente, considero a John mi hermano. Así que, Por Dios, ¡Muéstrame tus dedos! Por Dios Bendito. Este es el de la señora O’Connell, John. El de tu madre. No puede ser, le dije a John que me dejara ser tu asistente en todo lo de la boda. Me ha dicho que sólo lo harán legalmente.

Julia se dirige hacia Katherine con una pronta confianza que la hace sonreír con timidez por su atención. Sin embargo Katherine se ríe y asiente.

—Sí, sí. Es verdad, es así. Él, él y yo…ah, sí, será legal, todo legal —responde.

—¡Ah! ¿Entonces estás lista para ver los inmensos vestidos de matrimonio?

Y Katherine abre un poco sus labios. Y traga saliva.

—Más —deja salir un suspiro en una sonrisa—, que lista.

Se acerca Will de la misma manera con poco más de una inmensa sonrisa, y su saco. Empieza a palmear el hombro de John con fuerza y denuedo.

—¡Jaja! Qué gala lo de todos nosotros. Tremenda boda será ahora de estos tórtolos. Que lo sepan tus hermanos, y tu madre, John. ¡La fiesta, la fiesta! Qué maravilla. Pero ya me tengo que ir. Hay cosas que hacer. Ya sabes, las apuestas —hace saber con jugueteo—. Julia, querida, nos vemos.

—¡Nos vemos Will! —expresa Julia.

Will lanza un saludo con las manos.

John se gira a ver a ambas mujeres. Katherine tiene que verse un poco: el aspecto que trae. Los altos tacones en aquel vestido ceñido. El maquillaje que vio por última vez en el espejo, y no duda que pueda parecerse a esas noches de fiestas. No está muy lejos de la realidad. Acaba de salir de su trabajo nocturno.

—Entonces John, prepararemos lo que necesites, para lo que desees —Julia le sonríe a Katherine—. Por supuesto, tendrás que administrar todas tus cosas, de igual manera será tu boda.

—Mi boda —repite Katherine con plenitud fingida—. Sí, si. Realmente es así.

—Marcho a las oficinas. Y nos vemos a la hora del almuerzo —se despide Julia también de los comprometidos—. ¡Nos tendrán que decir cuando será la ceremonia!

—Te lo diré —saluda de despedida John cuando Julia vuelve a depositar una sonrisa hacia Katherine, quien también lo hace.

Nuevamente, queda ambos comprometidos solos en aquella inmensidad. Pero duda Katherine que están solos por completo. Apenas se oyen los sonidos de las aves, y el amanecer aparece. Se toma de las manos. Bueno, su vida de soltera ha acabado.

—¿Ella no sabe…?

—No, Julia no lo sabe. Sólo Will —lee John sus pensamientos y puede saber Katherine que un error como la deportación debe ser mantenido en secreto—. Mi madre también está en Las Vegas. Así aprovecharemos verla de igual manera. Debes estar cansada, siéntete en tu casa. En Nueva York el frío es agotador. Y no dudo que lo sientas ahora.

—Las barras son más frías —Katherine se queda viendo sus dedos. El diamante reluce con ímpetu—. ¿Realmente…no estás mintiéndome?

John se da la vuelta. Es un hombre que posee barba y un perfilado rostro. Su cabello es castaño claro, a diferencia de ella, que lleva un largo cabello profundamente azabache, del color de la noche, del color de su vestido.

—Con el paso del tiempo sabrás que no miento. Y sabrás que tú tiempo y tu servicio será remunerado. Sólo, mantén tu confidencialidad.

Confidencialidad. ¡Por Dios! Está en la casa de un multimillonario. Y será la esposa de este hombre, multimillonario. ¿No es un sueño? Para Katherine Williams, no es que lo sea del todo.

¡Sus días de soltera han acabado!

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