CAPÍTULO 31

—Entonces, ¿qué es lo que vas a hacer? —preguntó Alejo, que visitaba a la castaña junto a un par de enfermeras, para saber de su salud y para conocer a su bebé—. Ya se comunicaron contigo, ¿verdad?

—Sí —respondió Emilia, viendo como las dos mujeres que acompañaban a su gran amigo enloquecían con ese bebé que era tan guapo como su papá, así que se robaba cuanto corazón lo veía—. Voy a renunciar a la plaza en ese lugar, ellos necesitan una enfermera y yo no puedo irme aún.

—¿Te encuentras mal? —preguntó Dalia, una de esas enfermeras que, aunque tenía la mayoría de su atención centrada en ese niño, estaba escuchando la conversación de los otros dos.

—No —respondió la de cabello y ojos cafés—, pero siento que, si me voy a ese rincón del mundo con un niño llorón y sin más compañía, me podría poner muy mal. Y, ¿para qué arriesgarme?

—Cierto —dijo Alejo, entendiendo la preocupación de esa joven que, a pesar de la felicidad que irradiaba, se notaba visiblemente agotada, aun cuando tenía tanta
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