El Narrador:
Al salir Charlie de la habitación donde estaba Brad, llamó a quien se había encargado de la custodia de Jennifer, para que la baje en la clínica. Este, quien le lesionó una de las muñecas, debido al fuerte apretón que le dio, cuando la retuvo para que su jefe entrara al cuartucho, obedeció de inmediato.
Ella, tirada en la parte trasera de la camioneta, lloraba, no tanto por la lesión en su muñeca, sino por la incertidumbre de saber qué le pasará. En silencio y arrepentida, juró que nunca más ayudará a alguien, si es que sale con vida de esta.
Después, que la camioneta arrancó, habiendo recorrido unos escasos metros, se detuvo. Como iba en el piso trasero de la misma, Jennifer no podía ver a su alrededor. Además, se sentía muy incómoda con sus pies y manos esposadas. Cuando abrieron la puerta, escuchó una voz…
—¿Jennifer? ¿Es así cómo te llamas? —formuló Charlie, mirándola con recelo y antipatía.
Jennifer:
—¡Sí! ¿Y ahora qué? ¿Me vas a matar? Pues, has eso de una vez —grité con coraje y valentía, cerrando mis ojos, para escuchar el tiro de gracia, de espaldas a quien me hablaba.
—¡Bájate! —Me ordenó él. Abrí los ojos como platos, asombrada y sintiendo que mi corazón se aceleraba del susto, pensando que este, era mi final.
»¿Cuánto tiempo tienes aquí en Columbia? —me cuestionó. Por su tono de voz, de enojo y rabia, algo pasó para que me tratara así, con desprecio y fastidio.
—¡No me voy a bajar! —Respondí con enojo, sin moverme, aunado a que no lo podía hacer, por las esposas que tenía en mis manos y pies.
»¡Si me vas a matar, lo tendrás que hacer aquí mismo! —Reté— En tu camioneta —añadí al final con rabia, aunque con angustia y temor, por lo que mi corazón no dejaba de latir fuertemente.
—¿En qué momento dije que te mataría? —interrogó él, con fastidio, y como quiera que no lo podía ver, sentí como si sonriera.
—En el momento que rompiste la puerta de la habitación donde tengo mi refugio —aclaré— Tu gesto decía más que tus palabras —aseguré.
»En todo caso, creo que será muy fácil para ti desaparecerme, soy inmigrante e indocumentada en tu país.
»Nadie sabe que entré. Ni siquiera, en mi propio país quedó registro de mi salida, porque no sellé el pasaporte —agregué resignada a mi suerte.
—Tienes que reconocer que lo que hiciste no fue bueno. Escondiste a una persona herida de bala —me reprochó de mala gana.
—¡Lo único que me interesaba era salvar su vida! —argumenté, sin un objetivo en mente, porque ya me había resignado a que me mataran.
—¿Y por qué querías que se salvara? Si supuestamente no lo conoces, ¿o sí? —inquirió este, en un tono hostil.
—Grrr… Gra-gracias a él —tartamudeé— el guardia fronterizo, no me detuvo. Supuso, que yo estaba con este, haciendo el amor, en la arena —confesé, dejando que las lágrimas rodaran por mis mejillas y sintiendo mi corazón desbocarse del susto.
—¡Eso significa, que te aprovechaste de él! —Insistió este, obstinado— Ahora, ¡bájate! Que mi jefe te quiere ver, ya está fuera de peligro —aclaró.
«¡Gracias, mis Santos, gracias Dios! ¡Gracias por esta ayuda! ¡Se salvó mi salvador!», pensé agradecida, cerrando fuertemente mis ojos, con un rayo de luz, para que me dejen libre.
—¡Bájate! —Gruñó fuertemente— No te lo repito más —afirmó él.
—¡No me puedo bajar! —Argumenté— El otro patán, me esposó de muñecas y tobillos —contesté, recuperando un poco el tono de mi voz.
El Narrador:
Charlie, quien dialogaba con esta, llamó al chófer y pidió a este las llaves de las esposas. El mismo las quitó, le ayudó a bajar y le guio a la habitación de la clínica, en donde estaba su jefe. Por el camino, ella pudo observar que su mano izquierda, estaba fuertemente lastimada e incluso inflamada.
—¡Sígueme! —fue la orden que él le dio, caminando delante de ella, mientras detrás de esta, iba quien la custodiaba.
Al llegar a la puerta de la habitación, Charlie le ordenó que se arreglara un poco, sobre todo el cabello. Este le hizo entrega de un pañuelo, para que se limpiara el rostro, porque seguro Brad, se enojará si la ve en ese estado tan desastroso.
—¿Lista? —preguntó, ansioso a pesar de su forma de ser, sosegado.
—¡Sí! Aunque da lo mismo como me vea, si es tu jefe, debe ser igual o peor que tú —replicó ella, recuperándose del miedo, mostrándose valiente y firme a pesar de todo.
Este abrió la puerta y le hizo un gesto para que entrara ella primero. Brad, quien estaba intranquilo, se quedó contemplando y detallando su belleza, desde la cabeza hasta los pies, llamando su atención, que andaba descalza.
Brad:
—¡Adelante! —sugerí, con mi voz ronca y varonil, la cual ella había escuchado, en el cuartucho, donde me atendió. Esta, obediente, pero retadora, caminó hasta acercarse al borde de la cama, por la parte de mis pies.
—¿Cómo te llamas? —interrogué, con una mirada profunda, contemplando sus preciosos ojos, muy expresivos, con tupidas y largas pestañas.
—¡No creo que sea su problema! —Replicó ella— ¡Permita que me vaya! —solicitó, agregando…
»Solo, le quise ayudar, para agradecer el favor que me hizo, de salvarme del guardia fronterizo que me perseguía —indicó ella, mirándome con desagrado.
Uno de mis guardaespaldas, que se encontraba en un rincón de la habitación, la intimó…
—Ofrece disculpas a mi señor, porque en ningún momento te ha agredido —ordenó este, haciendo que ella volteara su rostro hacia él.
—Él, directamente no, pero todos sus hombres sí —contestó ella con rabia. Volteando su rostro de nuevo hacia mí, con una mirada de súplica.
—Ya les expliqué, que lo único que deseaba era salvar su vida, por agradecimiento, nada más —afirmó mirando directamente a mis ojos.
—¡Por lo visto, no nos tienes miedo! —Aclaré, escudriñando su mirada— ¿Qué pasará si no te dejo ir? —interrogué, sintiéndome atraído por esta valiente y angelical criatura.
—Al parecer, usted representa aquí el poder. Ya le dije a su amigo o a su empleado —señalando a Charlie— que me puede matar de una vez, no le temo a la muerte.
»Igual, en este país no existo, soy una indocumentada ¡Será fácil para ustedes, deshacerse de mí! —respondió obstinada.
—No entiendo algo —interpelé— ¿Por qué si tienes tan mal concepto de mí, me salvaste? —interrogué, sin ningún gesto o movimiento en mi rostro.
—¡Ya se lo expliqué! E igual a su empleado. Cuando el guardia fronterizo me perseguía, tropecé con usted y le caí encima —añadió ella, haciendo una breve pausa y cerrando sus bellos ojos.
»De inmediato, me desnudé, me solté el cabello y me acosté sobre usted, abrigándome con su chaqueta. El guardia, cuando se me acercó, no me reconoció —explicó, abriendo sus ojos y continuando con su relato.
»Me hizo algunas preguntas, las respondí y después se marchó. Fue así, como me di cuenta de que usted estaba herido y que le debía ayudar. Por eso, le llevé a mi refugio —declaró ella con tristeza.
—¡Eso significa, que te aprovechaste de mí! —Comenté, escondiendo en mi interior una sonrisa— Por lo tanto, me debes tu libertad y el poder quedarte en mi país —aseguré, con una mirada expresiva.
—¡Así es! —respondió ella contrariada.
Jennifer:
«Ahora, resulta que soy yo, la que está en deuda con él», pensé.
«Esto, definitivamente, solo me pasa a mí», analicé acongojada, esperando lo peor y convencida que debí dejar que se muriera.
—¡Charlie! —Llamó él, a su empleado— Devuelve la chica a su residencia.
—¿Aquí en Columbia? O ¿En Venezia? —preguntó el tal Charlie, con dudas.
—¡Por favor! ¡Por favor! —Rogué, con mis manos entrelazadas en posición de oración— Señor, no me regrese a mi país…