Capítulo 3. Una noticia devastadora.

Julián se despertó al día siguiente con la mayor resaca de su vida, por completo desorientado, lo último que recordaba era estar bebiendo con su cuñada y un grupo de amigos en el bar del hotel.

Había ido a celebrar su cumpleaños solo con ellos, porque su esposa le había envidado un mensaje diciendo que no podía encontrarse con él porque tenía varios asuntos importantes que atender.

Trató de recordar algo más de lo ocurrido, pero el dolor de cabeza era demasiado terrible, el corazón le latía con fuerza y la boca la tenía seca y áspera.

Abrió los ojos y se encontró en la habitación de un hotel, no lo sorprendió porque seguramente lo había hecho para no ir conduciendo ebrio hasta su casa y así evitar un accidente.

Miró, a su alrededor, extendió la mano y la almohada a su lado estaba hundida indicando que alguien había dormido con él, recorrió la habitación y aunque estaba solo, había ropa de mujer esparcida por todos lados junto con la suya.

Se levantó de un salto y se sintió mareado, se mantuvo un momento quieto, mientras se le pasaba el mareo y tratando de encontrar alguna señal de otra presencia, pero no encontró nada, hasta que escuchó unos ruidos en el baño. Comenzó a sentir que el vacío se apoderaba de él, una sensación de miedo y soledad lo recorrió de pies a cabeza.

Fue entonces cuando vio a Elisa salir de la ducha, su cuñada, tan solo con una toalla rodeando su cuerpo. Ella se veía bella, con sus cabellos esparcidos como cascada y sus ojos brillantes, habría que ser ciego para no darse cuenta de la sexualidad que emanaba la mujer.

Ella se acercó a él, caminando de manera provocadora, tragó grueso antes de preguntar.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó, con la boca tan seca que apenas le salían las palabras.

La mujer se mantuvo en silencio solo observándolo de pies a cabeza, fue en ese momento que él se dio cuenta de que andaba sin ropa y caminó hacia la cama y se cubrió con una sábana.

—¡Eres un dios griego! Ya no tienes nada que esconder lo he visto todo —dijo la mujer con lascivia.

—Deja la estupidez y responde la pregunta que te hice —respondió de mala manera.

—¿Acaso no recuerdas lo de anoche?

—¿Qué debo recordar?

—Que anoche después que todos se fueron, me invitaste a subir y terminamos en una velada romántica, hicimos el amor durante toda la madrugada —dijo la mujer en un tono triunfal.

El rostro de Julián palideció.

—Eso no puede ser verdad, yo no sería capaz de serle infiel a Erika y menos contigo —dijo el hombre poniendo distancia entre ellos.

—Pues no es que seas un santo, siempre te gusta que las mujeres te codicien y te admiren… y bueno si, para que veas que te atreviste a serle infiel a la idiota de mi hermana, y ya era hora… ¿Hasta cuando vas a seguir viviendo con una mujer que no puede darte un hijo? —expresó la mujer de forma despectiva.

Julián se molestó y comenzó a recoger su ropa.

—Mi vida con tu hermana y nuestros asuntos no es problema tuyo… y deberías tenerle respeto a la mujer que te lo ha dado todo, ha sido casi como una madre para ti —habló el hombre con molestia.

Elisa lo miró por un momento, con una expresión de burla en su rostro.

—Pero no lo es, y tú deberías divorciarte de ella, para casarte conmigo ¿No te preocupa lo que dirá la opinión pública si se entera de que el gran Julián Del pino se acostó con su cuñada aprovechándose de una ingenua jovencita de tan solo un poco más de veinte años?

El hombre apretó los puños a un lado de su cuerpo, no sabía que diablo había pasado, intentó recordar los detalles, pero todo estaba borroso. No podía recordar nada.

Elisa suspiró profundamente.

—Tal vez es mejor que no lo recuerdes. Pero tienes que saber una cosa: anoche tomaste una decisión y me hiciste el amor como nunca y si ves en la cama, está la prueba de que era virgen.

El hombre giró la vista y vio la mancha de sangre en la cama, su rostro palideció.

—¡No sé qué diablos pasó aquí! —dijo en tono nervioso—, porque no recuerdo nada Elisa, pero te voy a decir algo, jamás voy a divorciarme de Erika, la mujer que amo para casarme contigo, ¡Eso ni lo sueñes! Y ni se te ocurra decirle nada a ella porque puedes sacar lo peor de mí —le dijo tomándola con fuerza por el mentón—, no solo yo tomé una decisión, anoche como dices, sino también tú y fue acostarte con un hombre casado a quien no le importas, creyendo que lo dejaría todo por ti.

Julián se sentía como si toda la energía hubiera abandonado su cuerpo, mientras trataba de recordar “¿Qué decisión tomé anoche? ¿Por qué lo hice? ¿Qué había pasado?” se decía, él sabía que el miedo lo estaba paralizando, pero no podía evitarlo. No podía evitar sentirse de esa manera.

Reunió todo el coraje y salió de esa habitación, del hotel, pero cada paso que daba era como si estuviera caminando hacia el desconocimiento. Todo estaba en sombras y nada parecía tener sentido.

Julián trató una vez más de detener el miedo que lo invadía. Tenía que recordar. Tenía que recuperar su memoria. Cerró los ojos y se obligó a pensar.

Salió a su oficina, mientras iba camino al trabajo llamó a su esposa, el teléfono le enviaba directamente a buzón.

“Mi amor, siento mucho no haber llegado a casa” hizo una pequeña pausa “Me quedé celebrando con los muchachos mi cumpleaños y me quedé durmiendo en el hotel porque se me hizo tarde, espero esta noche compensarte”.

Una vez que cortó la llamada golpeó con fuerza el volante.

—¡Maldit4 seas Julián! ¿Cómo pudiste llegar tan lejos? ¿Cómo fuiste capaz de serle infiel a tu esposa? —se dijo por completo desbastado, sentía un profundo dolor en su pecho— ¿Cómo voy a ver a Erika a la cara después de esto?

Julián llegó a su oficina y se terminó duchando en la habitación que tenía allí, se quitó la ropa y la tiró a la basura, no quería ningún recuerdo de ese maldit0 día. Se meció los cabellos, desesperado, sabía que no iba a poder ocultarle la verdad a Erika, porque él siempre le contaba todo lo que hacía y ella tenía la capacidad de hacerlo confesar con su sola mirada.

Salió de la habitación y vio la foto de su esposa, salían los dos, ella sonriente, felices, acarició la imagen con la punta de sus dedos.

—Lo siento mi amor, te juro que no quería hacer eso… nunca me creí capaz de serte infiel.

En ese momento, unos golpes en la puerta se escucharon.

—¡Adelante!

Vio a su asistente entrar, su expresión era sombría.

—¿Qué ocurre Brendan?

—Señor, es que un oficial de policía está esperando fuera para hablar con usted.

Al escuchar las palabras de la mujer, una sensación de miedo lo recorrió.

—Por favor, pase —dijo.

Enseguida entró, Julián miró al hombre de uniforme con cautela.

El oficial se mantenía inmóvil, con los brazos cruzados y la mirada al frente. Sus facciones eran asépticas y ni una expresión se dibujó en su rostro.

Julián se aclaró la voz.

—Tome asiento ¿De qué departamento de policía es? —el hombre hizo una pequeña pausa aclarándose la garganta y luego respondió.

—Soy de la policía de tránsito.

—Usted dirá ¿Para qué soy bueno?

—Estoy aquí para hablar con usted.

Julián frunció el ceño.

—¿De qué se trata?

—Lamento informarle que su esposa Erika, anoche, tuvo un accidente de tránsito y es muy probable que haya muerto.

Las palabras eran como un martillazo en la cabeza de Julián, los pensamientos se apilaban en su cabeza mientras la noticia se hacía presente, y las lágrimas se acumulaban en sus ojos.

—¡No! ¡Eso no puede ser cierto! —exclamó mientras sentía como si un gigante tomara su corazón y lo apretara con fuerza para destruirlo.

«El hombre puede soportar las desgracias que son accidentales y llegan de fuera. Pero sufrir por propias culpas, ésa es la pesadilla de la vida». Oscar Wilde.

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