Narrado por Miguel.
Caminaba a paso ligero hacia nuestro garito de siempre, donde había quedado con los chicos, después de un largo día navegando, pensando en mis cosas, en toda la m****a que había dejado atrás, en que quizás… debería volver a trabajar, aunque fuese online, no quería volver al despacho por nada del mundo, ni encontrarme con Jesús o con la zorra de Cata. Ni siquiera quería cogerle el teléfono a mi madre o a mis hermanos, aún necesitaba más tiempo para reponerme, para olvidar, para dejar de pensar que no valía una m****a.
Dejé de pensar en toda esa m****a, entrando en el bar en cuestión, escuchando de fondo la música, el concierto ya había empezado, como cada miércoles, y los chicos estaban en la barra, con cerveza en mano, aunque no había ni rastro de David, mi mejor amigo de la universidad, aún no podía creerme que hubiésemos coincidido en ese foro del motor, nos hubiésemos puesto al día y me hubiese invitado a pasar unos días en su pueblo. Y allí estaba, ya habían pasado como dos años, y estábamos más unidos que nunca.
Josué me tenía una cerveza fresquita junto a él, para que me la bebiese, y joder, me sentó de miedo.
Las risas de Macarena se escucharon en el lugar, giré la vista, observándola allí, con esas piernas de infarto, su cabello rizado y su tez morena, unos pechos más que apetecibles y ese cuerpecito que había tenido la oportunidad de probar en más de una ocasión. Aún podía imaginarla sobre mí, sobre la cubierta de mi barco, sin estar ni un poco avergonzada de encontrarnos a plena luz en el muelle, donde cualquiera pudiese vernos, cuando me la tiré la semana pasada.
Sonreí, más que dispuesto a camelármela esa noche y terminar con ella pidiéndome más, en cualquier lugar donde la pillase. Pero perdí las ganas de disfrutar de esa forma, en cuanto me fijé en la chica que había a su izquierda, ilusionada, mirando hacia el concierto. Hacía mucho que una mujer no me dejaba sin aliento, no era sólo deseo por tenerla en mi cama, era mucho más…
Tenía el cabello castaño claro por la parte de abajo y más oscuro por arriba, cejas pobladas, mirada amarronada penetrante, fija en el escenario, nariz perfecta, labios carnosos, y rostro perfecto. Era alta, más o menos de mi estatura, tenía largas piernas, mucho más bonitas que las de Macarena, un culito respingón que me incitaba a apretarlo, poco pecho, pero muy bien puesto, y era delgada.
Era la primera tía en mucho tiempo que me había cautivado sólo con el físico, no quería ni imaginar que sucedería al hablar con ella. Perdería el norte, y me haría volverme loco. Era mejor así, si era la hermana de un colega ni siquiera me acercaría a ella, jamás, y podría seguir divirtiéndome con unas y con otras, sin más. Pero … ¿cómo resistirse a ese bombón?
Algo debieron decirle de mí, porque no volvió a dirigirme la palabra en toda la noche, me evitaba, y cuando me miraba lo hacía con superioridad, como si se creyese mejor que yo.
Por supuesto, Macarena y yo terminamos teniendo sexo en el baño del local. La hice disfrutar como tanto le gustaba, y luego se colocó bien el vestido, más que dispuesta a abandonar el lugar, como si nada, pero la detuve antes de que lo hubiese hecho. Me miró, extrañada, pues sabía que yo nunca hablaba después del sexo.
Era un capullo, no había más. Sólo a un tipo como yo, se le ocurriría hacer ese tipo de apuesta, más cuando no tenía intención alguna de usar a esa tal Lu como a las demás. Ese estúpido trato sólo me denigraba un poco más, haciendo que no viese fin a aquel torbellino de sensaciones en el que me había metido.
Quería parar, os lo aseguro, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo, más después de estar herido de la forma en la que lo estaba, el miedo no me dejaba detenerme a pensar.