A veces el amor no sabe volver
A veces el amor no sabe volver
Por: Teresa
Capítulo 1
—Director, he decidido ceder la patente al Estado e incorporarme al Instituto Nacional de Medicina —dijo Elsa con voz serena.

El director se levantó de golpe, emocionado.

—Es una gran decisión, Elsa. Esa patente podría salvar muchas vidas. Pero no es un proyecto cualquiera... Es un laboratorio de alto secreto. Vas a tener que desaparecer por al menos tres años. Salimos en diez días. ¿Estás segura de que no quieres hablarlo con tu familia, o con tu novio?

—No hace falta —respondió Elsa con una sonrisa amarga.

Después de todo, hacía mucho que no tenía un lugar en esa casa.

El año anterior, Ivana —la joven de escasos recursos que su familia había estado ayudando durante años— fue recibida en su casa después de que sus padres murieran en un accidente.

A diferencia de Elsa, que siempre había sido callada y reservada, Ivana sabía muy bien cómo caerle bien a todo el mundo. Por lo que, en menos de un año de vivir con los Lima, ya se había ganado el corazón de todos, y su padre la cuidaba como un tesoro. Lo mismo pasó con Nelson, su prometido, con quien había crecido desde niña… y hasta su hermano, quienes terminaron enamorándose de Ivana.

Cuando Ivana rompió la foto de su madre —la única que le quedaba—, su padre no dijo una sola palabra para defenderla. Solo murmuró que ya era hora de dejar el pasado atrás... y le pidió a Elsa que guardara el retrato, así, sin más. Incluso, había intentado quitarle la patente del stent cardíaco que había desarrollado en memoria de su madre. Y, para obligarla a ceder, Nelson, su amor de toda la vida, la había amenazado con terminar la relación.

Nada, ni la sangre, ni los recuerdos, ni el amor, pesó tanto como esas palabras suaves que Ivana sabía usar tan bien.

Desde que había muerto su madre, nadie había vuelto a darle un regalo. Ni siquiera le habían dicho «feliz cumpleaños».

Pero ahí estaban Nelson y a Gustavo, sentados a ambos lados de Ivana, mirándola con ternura mientras le daban obsequios.

Elsa simplemente los observó, sin expresión, sin sentir ya nada, mientras se encaminaba directo al comedor.

Eduardo, su padre, la detuvo con un tono sombrío:

—¿Hablaste con el director? Ya te dije que le cedieras la patente a Ivana.

Elsa negó con la cabeza.

—Ya no es mía.

Al oírla, todos asumieron que la había cedido, por lo que Nelson, entusiasmado, abrazó a Ivana, exclamando:

—¡Qué maravilla! ¡Una patente a nivel nacional! Con eso no vas a tener problemas ni para estudiar ni para conseguir trabajo. ¡Felicidades!

Elsa miró la escena con una sonrisa cargada de ironía. No quiso seguir presenciando ese momento familiar, así que dio media vuelta y se dispuso a irse.

Sin embargo, en ese momento, Ivana cortó un trozo de pastel de mango y se lo ofreció:

—Gracias por todo lo que hiciste por mí, Elsa. Esto es para ti.

Cuando nadie la miraba, le lanzó una mirada llena de veneno... y esa sonrisa que apesta a victoria.

—Llévatelo.

Dos días antes, Ivana había ido con Elsa a recoger sus resultados médicos.

Los demás en la casa no lo sabían, pero Ivana sí: ella era alérgica al mango.

—¿Qué te pasa, Elsa? —intervino Nelson—. Fui yo quien te pidió que le dieras la patente. Si estás molesta, desquítate conmigo.

Ivana empezó a llorar bajito, con la voz entrecortada y los ojos húmedos.

—No la culpes, fue mi culpa… En esta casa nunca hubo nada que fuera realmente mío —repuso, antes de inspirar hondo, con dramatismo contenido—. Yo sé que Elsa siempre ha pensado que mis cosas son sucias… Perdón, Elsa. Si no te gusto, me voy hoy mismo.

Dicho esto, se secó las lágrimas, antes de añadir:

—No quiero ser una carga. Solo quiero devolverle a Eduardo todo lo que ha hecho por mí… perdón…

—¡Ivana, esta es tu casa! Nadie tiene derecho a echarte —dijo Gustavo, tomándole la mano con firmeza, tratando de tranquilizarla.

—Tenías que venir justo hoy... ¡a arruinar todo! —gritó Eduardo, golpeando la mesa con el tenedor, perdiendo completamente la compostura—. ¿Cuándo madurarás? No entiendo cómo pude criar a una hija tan egoísta, fría e irrespetuosa… ¡Cómete el pastel y pídele perdón a Ivana ya!

Elsa alcanzó a ver el asco en los ojos de su padre. Ya había tomado la decisión de irse, pero igual le dolió.

Las manos le temblaban. Apretó el borde de su blusa con fuerza, tratando de sostenerse, y, con la voz seca y apenas un hilo de aire, murmuró:

—¿Y si no lo hago?

Apenas dijo eso, sintió una bofetada cruzarle la cara, antes de que Eduardo, sin darle tiempo a reaccionar, tomara el pastel y lo empujara con fuerza contra la cara.

Todo pasó tan rápido, que Elsa ni siquiera alcanzó a defenderse. La lengua se le entumeció, el pecho le ardía, las piernas no le respondieron… y se desplomó.

—¡Elsa! ¿Estás bien? ¿Llamo una ambulancia? —preguntó Ivana, fingiendo preocupación.

—Déjala —dijo Eduardo, seco—. Está fingiendo.

***

Las voces caóticas le zumbaban en los oídos.

Elsa, casi arrastrándose, logró llegar a su habitación, en donde abrió el cajón de su mesita de noche, sacó las pastillas y se las metió en la boca, antes de usar su último resquicio de fuerza para llamar a emergencias.

Con la mirada perdida y el rostro vacío, se quedó mirando el techo.

«Ya casi», pensó.

Solo diez días más. Y por fin podría marcharse de esa casa fría, dejando atrás a toda esa gente podrida… a la familia que ya no sentía como tal, a esos amores falsos que solo habían sabido decepcionarla, e irse a un lugar en donde nadie la conociera…

Donde, al fin, pueda empezar de nuevo.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
capítulo anteriorpróximo capítulo
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App