—¡Nelson, no te vayas!
El grito de Ivana cortó en seco el bullicio del salón.
Y sin pensarlo dos veces, se lanzó contra la esquina de una mesa para detener a Nelson.
La cabeza chocó con fuerza y empezó a sangrar.
Pedazos de porcelana se le clavaron en las manos, pero aun así, estiró el brazo hacia él, desesperada.
La gente se apartó, confundida, sin saber cómo reaccionar.
Todo se quedó en silencio. Solo el goteo de la sangre rompía el aire.
Nelson se dio la vuelta justo a tiempo para ver sus ojos llenos de lágrimas, enrojecidos.
Esos ojos que siempre sonreían... ahora estaban llenos de miedo.
Con las pestañas pegadas, la cara llena de sangre y los labios temblando, repetía una y otra vez la misma frase:
—No me dejes, por favor. Solo te tengo a ti. Haré lo que quieras... pero quédate.
Gustavo, al verla así, rompió en llanto:
—¡Mi mochila! Ahí está su caja de medicinas. El doctor dijo que si volvía a alterarse así...
Nelson dudó, con el corazón encogido. Por un instante, casi cedió.
—Per