Lucile
Estábamos en la cama, las sábanas enredadas entre mis piernas mientras yo me acomodaba sobre él, mis labios buscando desesperadamente algo que ya no estaba allí.
Max tenía la mirada perdida en el techo, y cuando por fin me miró, solo fue para pedirme disculpas.
—Lo siento —murmuró, su voz cargada de frustración—. Ha habido mucho estrés en el trabajo… pero te compensaré.
Sonreí, pasando los dedos por su pecho mientras lo besaba con suavidad.
Lo disfrutaba, aunque sabía que no era real. No lo era para mí, ni lo era para él. Su cuerpo no me respondía, por más que yo hiciera todo lo que siempre había funcionado con el resto de los hombres. Él simplemente no reaccionaba. Su miembrø se mantenía dormido, flácido… encogido…
La maldita droga que le había dado para borrar su memoria y crear nuevos recuerdos que le susurraba al oído, me estaba pasando factura.
Ya llevaba dos semanas administrándosela, día tras día, gota tras gota.
Max había olvidado todo lo que lo ataba a Paulina, a M