Max
Magda se removía bajo las sábanas, con su muñeca abrazada al pecho y los ojos húmedos.
No dejaba de mirar hacia la puerta y hacía mí, como si tuviera miedo a que me fuera.
—Papi… —susurró—. ¿Te puedes quedar un ratito?
Asentí sin decir una palabra.
Apagué la luz del techo, dejando encendida solo la lámpara de noche. Me senté a su lado y la arropé con cuidado, acomodando la manta hasta que le cubriera los hombros.
—¿Así está bien?
Ella asintió, pero un sollozo se le escapó por la nariz. Me quebró el alma.
Me estiré y me acosté a su lado, de costado, de forma que pudiera mirarla sin dejar de tocarle el cabello.
Era tan pequeña aún… tan hermosa... y había vivido cosas que hubiera deseado que no lo hiciera. Tal vez jamás. Ver a su papá herido... la sangre... los gritos... el dolor. Ella se merecía más.
—Papi…
—¿Sí, Motita?
—¿Te vas a ir?
Tragué saliva.
—No, no esta noche.
—¿Y mañana?
No le respondí de inmediato. Solo la abracé con un poco más de fuerza.
No quería mentirle, pero ta