Ella apenas podía respirar. Su cuerpo, sensible y expuesto, vibraba bajo cada caricia. Entonces él bajó, lento, decidido, dejando una estela de besos y jadeos entrecortados.
— ¿Qué haces...? —susurró, sin aire. —Voy a enseñarte lo que es rendirse —respondió sin detenerse—. Quiero verte quebrarte solo por mí. Cuando la tocó con su boca, Celine se arqueó como si una corriente eléctrica la recorriera. Jamás había sentido algo tan intenso, tan desconcertante. Su estómago se contrajo, sus manos buscaron algo a qué aferrarse. —Demetrio... yo... Él la sostuvo con fuerza por las caderas, impidiéndole huir de lo que le provocaba. No había espacio para dudas. Solo sensaciones. —Tranquila, amore mio —dijo entre caricias—. Conmigo vas a descubrir lo que es el verdadero placer. No tendrás que fingir, no tendrás que suplicar... solo sentir. Ella gimió, ahogada en esa ola que no parecía tener fin. Su mente se nubló, sus piernas temblaban. Y en medio del delirio, comprendió que él la estaba moldeando. Que ese hombre que había llegado como un salvador, la estaba atando a él con hilos invisibles, hechos de deseo, dependencia... y poder. Demetrio la miró desde abajo, con los labios marcados por ella, y sonriendo. —Ya eres mía, Celine. Y haré que me necesites hasta para respirar. Celine se despertó entre sábanas suaves y brazos fuertes. El aroma a sexo se colaba entre las cortinas, y una mano cálida le acariciaba lentamente la espalda. —Buenos días, piccola mia —susurra Demetrio con su inconfundible acento italiano—. Dormiste como un ángel... aunque anoche te portaste como un demonio. Ella río con suavidad, escondiendo el rostro contra su pecho. —Cállate... fue tu culpa —murmura, con las mejillas encendidas. Demetrio le besó la frente y luego le levantó el mentón con un dedo. —¿Te duele algo? ¿Estás cómodo? ¿Y el bebé? —Estamos bien —responde ella, acariciándose el vientre con ternura—. Aunque creo que se movió cuando me hiciste... eso. —Ah, amor, eso fue solo una muestra del paraíso. Te irás acostumbrando a mi poco a poco. Pero esta mañana... quiero algo más. Ella lo mira con sospecha. —¿Más? Él asintió, muy serio. —Quiero el... cómo decirlo sin asustarte... el otro lado de la luna. —¿Qué? —Me gustaría probar esta parte de acá—le dice mientras le acaricia el trasero. Celine se sentó de golpe, mirándolo con sorpresa. —¡Estás loco! Eso no se hizo para eso. —¡Pero escúchame! No dolerá... bueno... quizás un poquito al principio. Pero prometo besarte cada segundo para que no lo notes. Ella lo mira como si él acabará de proponerle escalar el Everest descalza. —Demetrio, tengo un bebé en camino, estoy hormonal, y tú quieres... ¿hacerlo por ahí? Él alzó las manos en señal de rendición, sonriendo con picardía. —Era solo una sugerencia artística. Pero ahora que me lo pienso... podría convencerte con cioccolato y masajes en los pies. Ella rodó los ojos, pero no pudo evitar reír. —Eres imposible. Me sorprendes de muchas maneras...mira que pedirme el chiquito. —Y tú eres mía. Eso me hace aún más peligroso. Somos esposos, así que debemos experimentar y disfrutar todo. Ella no dijo nada más. Se fundieron en un beso suave, con risas entrecortadas. Y aunque él no insistió más (por ahora), dejó claro que con él, cada día sería una mezcla de amor, deseo y locuras inesperadas. Celine se sentó en la cama, cubriéndose instintivamente con la sábana hasta los hombros. Aún tenía el rostro encendido y la respiración algo irregular. Cada gesto de él la hacía sentir vulnerable… expuesto. Demetrio, en cambio, parecía completamente cómodo en su desnudez, apoyado sobre un codo, observándola con una sonrisa lenta, peligrosa mientras chequea a su móvil. —No te escondas de mí, piccola… después de lo que pasó anoche, ya no hay rincón tuyo que no quiera conocer —dijo, con una voz grave y envolvente. Celine evitó mirarlo directamente. Bajó la vista, nervioso, y jugó con el borde de la sábana entre sus dedos. —No estoy acostumbrada a… esto —murmuró—. Todo contigo es tan intenso. A veces no sé cómo reaccionar. Demetrio se incorporó lentamente y se acercó a ella hasta que sus rodillas se rozaron. Le levantó el mentón con dos dedos, con una delicadeza que contrastaba con la firmeza de su mirada. —Entonces no reacciones —le dijo, acariciándole la mejilla—. Solo siente y disfruta. Yo me encargo del resto. Ella tragó saliva. La forma en que él hablaba, la seguridad con la que la envolvía… era como estar al borde de un abismo, y al mismo tiempo, sentir que si caía, él estaría allí para atraparla. Ese hombre era incansable. — ¿Tú siempre eres así con las mujeres? —pregunta en voz baja, queriendo disimular su turbación. Demetrio sonríe, acercándose aún más, con su nariz rozando la de ella. -No. Solo contigo. Porque tú no te rindes fácil… y eso me fascina. Celine cerró los ojos por un segundo, intentando que su corazón dejara de golpearle en el pecho. Él le acarició la espalda lentamente y la atrajo hacia sí, con un abrazo envolvente que la hizo suspirar. —Te juro que no voy a hacerte daño —susurró junto a su oído—. Pero sí voy a hacerte mía. Poco a poco. Sin que lo notes… hasta que no puedas respirar sin mí. Ella se estremeció, apoyada contra su pecho. Sabía que debía resistirse. Que no debía confiar tan pronto. Pero también sabía que algo en ella ya lo había elegido… sin permiso por lo tierno y santo que le hace creer. —Demetrio… —musita, casi sin voz. —Shh… no digas nada. Hoy solo quiero cuidarte —la interrumpió, cubriéndola mejor con la sábana mientras le dejaba un beso en la frente—. Y hacerte sonreír, aunque sea por unos minutos. Vamos a desayunar...mi bebé debe estar hambriento. Él se levantó, se puso la bata y caminó hacia la cocina, silbando suavemente. Y mientras el aroma a café comenzaba a invadir el apartamento, Celine lo observó en silencio… preguntándose en qué momento un hombre tan atrevido le había comenzado a calar tan hondo. Sin embargo en su mente no puede borrar el recuerdo del verdadero padre de su bebé.