El aire olía a ceniza y tierra mojada. Lina, con las mangas arremangadas y las manos manchadas de barro y sangre seca, pasaba de herido en herido sin detenerse. Vendaba cortes, limpiaba heridas, ofrecía palabras de aliento aunque su corazón estuviera tan roto como el de todos. El claro del susurro ya no era el mismo. Las raíces expuestas, los árboles caídos, los gemidos ahogados… todo hablaba de la tragedia reciente.Kael apareció entre la neblina del amanecer. Caminaba con los hombros caídos, la mirada perdida, los pasos lentos. Cuando Lina lo vio, sintió que el alma se le oprimía. Dejó el recipiente de agua junto al joven que atendía y se acercó a él.—¿Kael? —preguntó con un hilo de voz.Kael levantó los ojos, y en ellos no quedaba rastro del líder que todos conocían. Solo cansancio. Solo dolor.—¿Lo encontraron? —se atrevió a preguntar ella.Él negó con la cabeza, con una lentitud aplastante.—No… ni rastros, Lina. Es como si la tierra misma se lo hubiese tragado. —la voz se le qu
Clara empujó suavemente la puerta de la cabaña y entró en silencio. Encontró a Lina sentada, la mirada perdida a través de la ventana. Sostenía una taza de té tibio entre las manos, pero no parecía haber tomado ni un sorbo.—Kael me contó lo que pasó —dijo Clara suavemente, cerrando la puerta tras de sí—. Y dejó una orden expresa… No puedes salir.Lina giró el rostro hacia ella y alzó una ceja, con una sonrisa.—Es un exagerado —replicó con suavidad—. Solo me mareé un poco, nada grave.Clara se acercó y se sentó a su lado. La observó por un momento, como si quisiera ver más allá de su expresión.—¿Y qué sientes? —preguntó en voz baja.Lina bajó la mirada. El silencio se extendió entre ellas unos segundos largos. Entonces, sus ojos se encontraron, y ambas sintieron al mismo tiempo ese extraño cosquilleo. Como un presentimiento, una sospecha que flotaba en el aire.—Debe ser todo lo que ha pasado… —dijo Lina con un suspiro—. El estrés, el dolor, las pérdidas… me descompusieron. Eso es t
—Los Dreknar regresaremos a nuestro territorio, Kael. No queremos más derramamiento de sangre —Thodor habló con tono firme, casi diplomático.—La tierra ya decidió por nosotros, Thodor. No sobreviviremos a otra guerra —asintió el alfa de valragh .—Lo sé. Y no quiero más pérdidas. No queremos más muertes. Este no es el momento. Pero recuerda… las heridas que no sangran también supuran.Kael no respondió. Solo lo observó, algo en esas palabras lo inquietó más de lo que habría querido admitir.Ambos se dieron la espalda y se alejaron sin más palabras. No hubo apretón de manos, ni promesa sellada. Solo distancia.Horas después, en un claro oculto del bosque donde los sobrevivientes de la manada Dreknar se refugiaban antes de seguir su viaje, Thodor se plantó frente a los suyos. La luna iluminaba su rostro endurecido por el rencor.—No me importa lo que hagan los de Valragh —Hace una pausa, su tono se vuelve más duro: —Pero no debemos olvidar que Igvar fue asesinado. No cayó en combate.
El hospital central de Luzbria era un infierno.Pasillos saturados, gritos en cada esquina, sangre que ya no se limpiaba, solo se esquivaba. El temblor había sido devastador, pero el verdadero desastre vino después: hombres, mujeres y niños arrastrados por los suelos, heridos por derrumbes, por estampidas… por bestias.Kael no había dormido. No podía.Con el rostro cubierto de sudor y ojeras, caminaba de un ala a otra con la bata blanca aún ensangrentada.Una enfermera se le acercó con los ojos al borde del colapso.—No damos abasto —susurró—. No tenemos más suero. No tenemos más manos.Las salas de emergencia estaban desbordadas. Había pacientes tirados en colchones improvisados, en camillas metálicas, en sábanas sobre el suelo. Algunos lloraban. Otros ya no podían. Los médicos trabajaban con lo poco que quedaba. No había suficiente morfina. Ni plasma. Ni oxígeno.Kael sintió la presión en el pecho, pero no era humana. Era su lobo rugiendo, contenido bajo su piel. Y esta ciudad, aun
Las huellas eran apenas visibles, pero los Dreknar sabían leerlas como quien sigue la sangre en la nieve. Thodor iba al frente, los ojos inyectados de determinación. El olor de Maerthys aún persistía, débil, como un eco desvanecido, pero estaba allí… y no se detenía.—Se alejó de Valragh —gruñó uno de los suyos, olfateando el aire entre los pinos retorcidos—. Su rastro... no tiene rumbo. Es como si anduviera dando vueltas sin saber a dónde va.Thodor apretó los puños:—El suelo es fácil de leer. Su rastro es... claro. Se está arrastrando de un lugar a otro, sin más dirección que la que el azar le dé. No tiene a dónde ir. Claro que no se esconde. ¿Cómo lo haría? Ya no es una bruja.Otro lobo gruñó por lo bajo. Sabían lo que eso implicaba. Maerthys sin magia es una presa.—No bajen la guardia —advirtió Thodor, la voz rasposa—. Aún puede ser peligrosa. No podemos confiar del todo en lo que ha dicho.A kilómetros de allí, lejos del rugido del bosque y del aliento feroz de los Dreknar, Mae
Habían pasado dos meses desde el devastador terremoto que sacudió Luzbria, y aunque las heridas seguían frescas en el alma del pueblo, la vida comenzaba a abrirse paso entre los escombros. Poco a poco, la paz y la seguridad volvían a asentarse. Algunas edificaciones habían sido destruidas por completo, otras resistieron lo suficiente como para ser restauradas, y en cada rincón se sentía el esfuerzo colectivo: manos unidas, corazones dispuestos, vecinos ayudando a reconstruir lo perdido.En la reserva de Valragh, la calma también regresaba... al menos en apariencia. Solo una mujer —una loba, parte de la manada y del alma del bosque— seguía anclada en la sombra de su dolor. Kira no había vuelto a ser la misma desde la desaparición de Nox.Aislada, silenciosa, reacia incluso a la compasión de los suyos, vivía atrapada entre la esperanza y la ausencia. Por más que intentaban levantarle el ánimo, por más que le ofrecían compañía, palabras dulces o momentos compartidos, ella no respondía. C
El aire olía a lavanda fresca y resina de pino. En la cabaña ,los rayos de sol de la tarde se filtraban por la ventana, cubriendo todo con una luz dorada y suave. Lina estaba de pie frente al espejo, con el corazón latiéndole más fuerte de lo normal. No de miedo, sino de algo más íntimo… como si su alma supiera que esta noche cambiaría su destino.Clara, con manos delicadas y cálidas, ajustaba con cuidado los broches del vestido que había confeccionado ella misma con ayuda de las mujeres de la manada. El tejido, suave como el susurro del viento, era de un tono marfil con reflejos perla, sencillo pero hermoso. Caía como agua sobre la piel de Lina, dejando al descubierto su espalda y abrazando su figura con gracia. Un lazo de seda trenzado con hilos dorados ceñía su cintura.—Estás preciosa —susurra Clara, sonriendo mientras acomoda la tela sobre sus hombros.Lina no responde de inmediato. Se observa en el espejo y, por un momento, no se reconoce. La imagen pertenece a alguien que ha at
Lina Winters apretó el volante del Jeep, el sonido de las ruedas sobre el camino de tierra resonaba a través del silencio denso del atardecer. La Reserva natural de Blackwood estaba en lo profundo de un valle. Las montañas cubiertas de pinos se alzaban como sombras gigantes contra un cielo que comenzaba a oscurecer, pintando todo con tonos de gris y azul. El aire fresco traía consigo el olor a tierra mojada y madera, una fragancia cruda que parecía invadir sus pulmones con cada respiro.Al llegar al borde de la reserva, se detuvo en un claro solitario y observó la vasta extensión de árboles que se extendían ante ella. El paisaje era tan hermoso como inquietante: vastas colinas cubiertas de un espeso manto de árboles, y en el horizonte, una cadena montañosa que parecía abrazar el cielo.—Este es el lugar donde Clara desapareció —susurró, como si al decirlo, las palabras pudieran explicarle algo que llevaba un año preguntándose. Su corazón latía con fuerza mientras miraba hacia el bosqu