—Ya me parecía extraño que los protocolos de seguridad no fuesen tan estrictos —dijo Adam, sentado en una de los sillones de la pequeña sala dentro del despacho del empresario Maximiliano Bastidas, en su apartamento.
—Cuando Embert se va, el lugar respira un poco. —Maximiliano sonrió, trayendo un trago a su visita—. ¿Qué ocurrió?
Adam, con sus codos sobre sus piernas, inclinado hacia delante, removía el vaso corto de cristal con el líquido ambarino que esperaba ser bebido.
El silencio del abogado alertó a Max, y le dio el tiempo a que se recuperaba, Adam parecía haberse ido un poco lejos.
—Necesito ayuda —confesó, levantando su cara para mirar a su amigo y socio de inversiones y negocios.
Max se puso tenso, Adam Coney jamás pedía ayuda.
—Me urge mucho hablar con Peter —agregó Adam—, creo que él es el único que puede ofrecerme lo que pido. Y no te ofendas, tú también podrías ser parte, pero lo cierto es que no deseo meter a más nadie en esto que está ocurriendo.
—¿Qué está ocurrie