Tumba sin flores.

La oscuridad en aquel despacho cubría su cuerpo y lo único que podía ver era su celular, esperando un mensaje, una llamada, lo que fuera que le diera esperanzas de que su esposa regresaría, pero nada llegó. Dejó el celular en el escritorio y dio un trago largo a su botella.

Desde que ella se fue, la mansión se sentía como una tumba sin flores y su corazón estaba echo pedazos.

Aunque en esa oscuridad podía darse el lujo de pensar con calma, o mas bien de torturarse con sus propios pensamientos. Todo lo que Anya dijo le pesaba, pero “Tú no eres capaz de amar a nadie, Edward” esa frase se repetía en su cabeza una y otra vez, tal vez porque tenía razón. Desde que Anya se fue y se llevó a sus hijos, él solo había pensado en ella. Ni siquiera recordaba a sus hijos más allá de una extensión de ella. Del único vínculo que tenía con su esposa.

El aire se sentía pesado, quizás porque desde que se fueron, intentó volver a fumar. Aunque al final, siempre terminaba por dejar el cigarrillo en el ce
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