Cuando Katherine Holmes se casó con el Ceo y heredero multimillonario Henry Bennett, su vida fue feliz y perfecta, sin embargo, cuando una cruel calumnia llegó desde los labios de la ex prometida de su esposo, Henry la abandonó y humilló en el acto sin creer en ella. Devastada por el abandono, Katherine, sin embargo, se llevó un gran secreto escondido en su vientre, un secreto que mantuvo oculto durante seis años. Regresando a la ciudad que la llevó a la ruina y la humillación, Katherine ha vuelto poderosa, firme y decidida, convertida en una diseñadora de moda reconocida, para hacer pagar a quienes causaron su desgracia. Sin embargo, ¿Qué pasará cuando Henry Bennett se reencuentre con su exesposa a quien humilló años atrás y descubra aquel gran secreto que ella le ocultó durante tantos años? Katherine desea vengarse, sin embargo, aquel amor del pasado aún yace enterrado dentro de su corazón. ¿Podrá el amor y la inocencia de los gemelos del Ceo superar el rencor de sus padres?, ¿O será la venganza quien termine por destruirlo todo?
Leer másEl pastel de cumpleaños estaba tirado sobre el suelo, y el rostro de Henry Bennett, estaba completamente rojo por la ira. Sus puños estaban apretados, tan enrojecidos como su cara, mientras miraba con un gran desprecio a Katherine Holmes, que incrédula, y con lágrimas en los ojos, miraba a su esposo, el único hombre al que ella se había entregado y al único al que había amado, mientras el parecía contener la furia que estaba sintiendo.
— ¿Me quieres decir que significa esto? — cuestionó Henry arrojando sobre su esposa aquellas fotografías que le habían sido entregadas por Emily Gibson, su ex prometida, apenas unos momentos antes.
Katherine tomó una de aquellas imágenes, en donde pudo verse a ella misma completamente desnuda y entre los brazos de un hombre al que ella jamás antes había visto. Derramando las lágrimas que ya no pudo contener, la hermosa mujer de cabellos rubios y ojos verdes, apenas podía creer que alguien tuviese la maldad de crear imágenes tan terriblemente falsas y crueles.
— Henry…yo jamás… —
— ¡Silencio! — gritó Henry ya sin reprimir su furia. — ¡Te saqué de la vida miserable en la que vivías, por mi comiste y vestiste de manera decente por primera vez en tu vida! Y, aun así, ¿Te atreves a engañarme?, ¡Me has demostrado que no eres más que una mujerzuela como cualquier otra! — afirmó el, golpeando la mesa en donde los regalos de cumpleaños se encontraban, haciendo caer varios de estos al suelo.
Katherine sollozó, y tocándose su pequeño vientre, sintió como el alma y el corazón se le iban partiendo en miles de pedazos. Tomando la mano de su esposo, Katherine lo miró suplicante, rogando con la mirada que la escuchara.
— Henry, yo jamás te traicionaría, estas fotografías son falsas…yo jamás… —
El estruendoso sonido de una bofetada, resonó en aquel saloncito. Emily Gibson había abofeteado a Katherine, obligándola a apartarse de Henry, y callándola del golpe, haciéndola también caer sobre el suelo ante la mirada indiferente de Henry.
— ¿Como te atreves a decir que yo inventé esto?, ¡No eres más que una cualquiera que nunca debió de casarse con Henry, las mujeres de tu clase no buscan nada más que el dinero de hombres como el…es momento de que conozcas tu lugar y te largues de esta casa! — gritó Emily dibujando una sonrisa maliciosa en su rostro. — Si lo que quieres es dinero, ¡Entonces tómalo! — ella volvió a gritar sacando un fajo de billetes de su costoso bolso, para luego arrojarlos todos sobre Katherine.
Los invitados de aquella fiesta de cumpleaños, murmuraban entre si dejando escuchar sus risas burlonas, mientras señalaban a la rubia que nunca habían terminado de aceptar por ser “de clase baja”.
Pronto, una mujer regordeta y de cabello oscuro, se posó frente a Katherine, dándole a la infortunada rubia una mirada cargada de odio y de desprecio. Aquella era Antonella Bennett, la madre de Henry, y quien siempre había despreciado a Katherine por ser la hija de una familia ordinaria.
— Quiero que te quites esa ropa, mi hijo gastó mucho dinero en ella y alguien como tú no merece llevarla puesta, vas a devolver cada cosa que Henry te ha comprado, y saldrás de mi casa tal cual, y como llegaste, sin nada. — dijo Antonella, mirando con desprecio a su nuera, mientras daba un par de aplausos para llamar a dos de sus sirvientas, quienes rápidamente tomaron a Katherine para someterla y comenzar a arrancarle la ropa.
Emily Gibson sonrió triunfal; en su mente concluía que había valido la pena pagar varios cientos de miles de dólares, por aquellas ediciones perfectas que finalmente habían arruinado el matrimonio de su ex prometido, con aquella mujer a la que consideraba una miserable. Katherine Holmes se había casado con el hombre que le había sido prometido a ella desde muy joven, y jamás la había perdonado.
Las risas de los invitados resonaron en los oídos de Katherine logrando marearla, y mirando aquel hermoso pastel que Henry tiró hacia el suelo, supo que aquel era el peor día de su vida…y el cumpleaños más doloroso desde la muerte de su madre. Aquel día de enero, era su vigésimo quinto cumpleaños, y Katherine sentía como las lágrimas calientes se le derramaban sin césar desde sus ojos verdes, viendo cada momento hermoso entre ella y Henry destruirse por completo, mientras sus sueños y esperanzas se derrumbaban con crueldad.
Lo había conocido hacia cinco años atrás, cuando ella era aún una estudiante universitaria llena de sueños y esperanzas en un futuro prometedor, y él ya era un consolidado estudiante de último año que sería el heredero de su prestigiosa y adinerada familia. Ella no era pobre, sin embargo, no era una mujer considerada al mismo nivel que Henry, y desde el comienzo de su relación, habían sido cruelmente señalados por todos a su alrededor. Sin embargo, la gentileza y pasión de su esposo, la habían hecho caer irremediablemente enamorada y Katherine se negaba a creer que aquel dulce hombre del que ella se había enamorado, la estuviese tratando con tanto desprecio e indiferencia mientras permitía que otros se burlaran y la humillaran.
Henry miraba con dolor como las sirvientas desnudaban a su aun esposa, mientras ella sollozaba en silencio.
— Es suficiente. — dijo el magnate de cabellos castaños y ojos azules, ordenando a las sirvientas que se detuvieran. Amaba a Katherine, pero aquella traición que para él era tan cierta y evidente, lo había destrozado.
Tomando el tobillo de Henry, y con su cuerpo apenas cubierto con su ropa interior, Katherine le dio una última mirada de súplica a su esposo, mientras tocaba con cuidado su pequeño vientre.
—Henry…soy tu esposa, me conoces, yo jamás te engañaría, para mí, tú eres el mundo entero…no quiero tu dinero, no quiero nada más, tan solo a ti. Por favor…no permitas que me hagan esto. — dijo Katherine entre lágrimas.
Mirando una de las fotografías que yacían en el suelo, aquel magnate vio a su Katherine desnuda en los brazos de otro hombre. Henry sintió que la rabia y el dolor lo invadían de nuevo, y zafándose con brusquedad del agarre de Katherine, la levantó sin contemplación del suelo, tomándola con fuerza por uno de sus delgados brazos.
— Lárgate ahora mismo…Katherine, nunca más quiero volver a verte. — exigió Henry.
Ante las miradas y las burlas de la familia y amigos de los Bennett, Katherine era arrastrada por su esposo hacia la salida de aquella enorme y lujosa mansión, mientras sus suplicas y llanto no eran escuchados por su esposo. Mirándola un momento, Henry no se permitió creer ni un segundo en su aun esposa, y con fuerza, la empujó con crueldad por las pequeñas escaleras de la entrada.
—Tu ya no eres mi esposa, espera por los papeles de divorcio, nunca más quiero volver a saber de ti. — dijo el magnate, viendo a su esposa al final de aquella escalera por la que había caído.
Katherine sintió el frío de aquella noche golpearla, así como el helado adoquín en donde había caído. Su alma estaba hecha pedazos, Henry no había creído en ella, y el…la había traicionado y humillado de la peor manera. Las risas de las personas que habían salido a verla en medio de su desgracia, volvieron a resonar como mil ecos a la vez dentro de su mente, y una rabia atroz dio lugar tras aquel sufrimiento que estaba padeciendo.
— Eso es lo que mereces, maldita embustera y trepadora, me encargaré de que todos sepan la clase de mujer que eres. — gritó Antonella, la madre de Henry.
—¡Por favor basta! — gritaba Jhon Bennett, hermano menor de Henry, quien intentaba ayudar a Katherine pero fue detenido violentamente por uno de sus tíos.
—¡No la defiendas, hermano! — gritó Henry al joven que recién llegaba.
Emily Gibson vio con orgullo lo que su cruel calumnia había logrado, y dando un sorbo a su copa de champagne, se sintió dichosa al sentir finalmente el camino libre para recuperar al hombre que deseaba para sí misma. Su mentira, había destrozado la vida de la mujer a la que más odiaba en el mundo, y estaba feliz con ello.
Escuchando las burlas y los insultos, y sintiendo el alma y corazón destrozados por la pena y el odio, Katherine se levantó del suelo, y dando una última mirada a Henry Bennett, el poderoso magnate que le había demostrado no ser el hombre que ella creía, alzo con orgullo su mirada, decidiendo tomar la dignidad que aún le quedaba para volverla su fuerza…junto a aquel secreto en su vientre que revelaría ese día, pero que ahora callaría para siempre.
— Te vas a arrepentir de esto, Henry, todos ustedes se van a arrepentir de lo que me han hecho. — dijo Katherine con determinación.
Dándole la espalda a su aun esposo, Katherine caminó semi desnuda, tan firme como le permitieron sus piernas temblorosas, y secando su última lágrima, dirigió sus pasos fuera de la enorme propiedad de los Bennett entre las burlas e insultos de aquellas crueles personas que la habían humillado.
De alguna manera, se prometió a sí misma, se vengaría de los Bennett, y les devolvería cada humillación sufrida. Tocándose el vientre, Katherine también se juró, que aquel niño o niña que ya crecía dentro de ella, no sabría jamás que el despreciable magnate Henry Bennett, era su padre.
La camioneta de su padre estaba fuera, y mirando a su hija, el señor Antoné Holmes, corrió hacia ella para cubrir su casi desnudez del frío de aquella terrible noche.
— ¿Que ha pasado mi niña? — cuestionó el pobre hombre que recién llegaba a la fiesta de su hija.
Katherine negó. — Vámonos padre, vayámonos lejos y sin mirar atrás, mis lazos con la familia Bennett, se han roto. — dijo la joven de cabellos rubios con frialdad.
Una semana después, Henry recibía los papeles de divorcio firmados por Katherine, ella había renunciado al dinero que él estaba dispuesto a proporcionarle si aceptaba divorciarse con rapidez. Bebiendo directamente de su costosa botella de whisky, Henry derramó lágrimas por aquella mujer que lo había, en su creencia, traicionado. Aquellos tres años de feliz matrimonio, se habían terminado…y con ellos, su capacidad de amar.
—No hiciste lo correcto, hermano…no debiste echarla así. — decía Jhon. — Te vas a arrepentir de esto…yo creo que ella es inocente. — reprochó.
Henry ignoró a su hermano menor, y prometió para sí mismo hacer la vida de Katherine un infierno si se atrevía a volver.
Tres años habían transcurrido desde que la tragedia había ocurrido. El juicio en contra de Jackson Sussex, había sido realmente escandaloso, tanto, que la familia real había tenido que tomar una postura real, decidiendo abandonar en todos los aspectos a su infame pariente que los había avergonzado con aquellos actos tan cuestionables y aberrantes.Katherine miraba el televisor; todas aquellas malas noticias se habían quedado atrás, y Jackson, finalmente y después de un juicio y proceso demasiado largo, entraba en la prisión de Londres despojado de su título de nobleza, su apellido, y todo lo que una vez le había hecho creer que el era un hombre intocable. El finalmente comenzaría a cumplir la condena: cadena perpetua sin posibilidad de salir bajo palabra, y completamente aislado de los otros presos.Al final, Jackson pagaría por lo que les había hecho a esas pobre mujeres, e incluso había salido a la luz lo que su padre le había hecho a su madre, y la familia real de Inglaterra había
Aquella mañana, Katherine caminaba junto a Henry en los jardines que se hallaban al exterior del hospital en donde su amado seguía recuperándose después de recibir aquel disparo que pudo ser mortal. Ambos avanzaban entre las rosas en completo silencio, pues a pesar de todo lo que habían pasado y sobrevivido aquellas últimas semanas, parecía que no había nada que realmente quisieran decir.¿Aquello podía deberse al trauma y el sufrimiento?Henry observó a Katherine en silencio, mientras ella avanzaba paso a paso mirando casi fijamente hacia el suelo. Su rostro hermoso lucía demacrado, sus ojeras estaban ya muy pronunciadas; el sufrimiento tan grande que había atravesado se le había quedado plasmado, y aunque tenia un mucho mejor aspecto que la última vez que la vio, y aquello jamás podría restar a su belleza, si resultaba evidente que su amada necesitaba descansar y sanar de todo lo que habían estado atravesando últimamente.El dolor de casi perderlos a el y a los hijos que ambos esper
En el hospital civil de Palermo, Henry aun no despertaba de aquel coma. Jhon consolaba a su madre quien no podía parar de llorar, y había visto a Katherine había entrado en la habitación en donde su hermano mayor estaba conectado. Al entrar, la hermosa rubia casi sintió morir al ver la figura maltrecha de su ex esposo conectado a aquella máquina que le proveía de una vida meramente artificial; su estado parecía ser realmente terrible, tal y como le habían dicho, y tratando de ser fuerte no quiso entrar en histeria, debía de mantenerse firme por Henry, por sus hijos, y por ella misma.Los doctores le habían dicho que habían intentado sin éxito durante varias horas despertarlo del coma en que lo habían inducido, pero no habían podido conseguir nada y comenzaban a temer lo peor. Tomando su mano con las suyas y apretándola una vez más, la hermosa rubia se acercó a su amado, y comenzó a llamarlo por su nombre con la esperanza de verlo despertar.—Mi Henry…mi amado Henry…aquí estoy, soy tu
En aquel hospital Katherine estaba nerviosa, tanto como no lo había estado nunca antes. Tenía miedo, mucho miedo, su vida entera la sentía pendiendo de un hilo…aunque ya había decidido que fuese cual fuese el resultado, ella seguiría adelante con su embarazo, la criatura, después de todo, viniera bien o mal, era su amado hijo o hija.La doctora le había pedido subir a la camilla, iban a hacerle una ecografía, de esa manera tendría finalmente la respuesta que tanta angustia le estaba causando.—Por favor, levántese la blusa, haremos una ecografía para saber exactamente cuantas semanas de embarazo tiene y ver si el feto ha sufrido algún daño debido a todo lo que me ha comentado. — dijo la amable doctora que estaba al tanto de la muy delicada situación.Cuando Katherine sintió el frio gel sobre su vientre, un terrible escalofrió la había invadido y no precisamente por la frialdad del mismo. Los ojos verdes se le habían llenado de lágrimas por miedo, un miedo tan profundo como nunca antes
Albert, el duque de York, había llegado a la prisión de Palermo ya sabiendo todo lo que su sobrino había hecho; aquello había resultado en un completo desastre, y la reina, así como los demás miembros de la familia real, estaba furiosa.Jackson se levantó del suelo en el que había estado sentado, luego, miro a su odiado tío quien entraba en aquel espacio nauseabundo en el que se encontraba tapándose la nariz con un pañuelo.—Ya era hora ti Albert, te tardaste, sácame ya de aquí, no podre soportar estar ni un segundo más en este asqueroso lugar en donde no me tratan con el respeto que merezco al ser un miembro de la familia real. — dijo el apuesto Jackson con evidente molestia.El Duque de York miró a la figura maltrecha de su despreciable sobrino; era obvio que lo había estado pasando mal, sin embargo, no estaba nada complacido con su comportamiento.—Causaste demasiado revuelo, mucho más del que la corona puede tolerar. Llegaste a tierra extranjera armando tal alboroto que ahora teng
Jhon, su madre y Lorena, recorrían cada hospital en Palermo temiendo lo peor. Los nervios los sentían a flor de piel.En el hospital de lo civil, los médicos y enfermeras se esmeraban por mantener estable a aquel paciente que había llegado herido de gravedad. La bala que había recibido en el tiroteo había perforado uno de sus pulmones, sin embargo, no había muerto, sin embargo, una infección provocada por la bala mantenía entre la vida y la muerte al individuo. Necesitarían de un milagro para poder salvar la vida de aquel hombre.—Bisturí. — pidió uno de los cirujanos.Durante aquella operación, el médico cirujano quien se mostraba concentrado, se esforzaba por mantener a su paciente con vida; aquella era una cirugía de emergencia, sin embargo, a pesar de ello, la vida del paciente aun seguiría peligrando…solo dios podría salvarlo de esto.Finalmente, y después de tres complicadas horas, la luz del quirófano se había apagado, la cirugía había terminado y el médico en jefe caminaba a l
Último capítulo