PH.MUÑOZ
Christian O’Connor, el menor de la estirpe de esos irlandeses que llegaron a conquistar Nueva York y el más loco de los hermanos se encuentra en una disyuntiva del porte de una catedral.
Años atrás, después de enterarse que su novia lo engañaba con su mejor amigo decidió vivir la vida loca y desenfrenada. Disfrutó del sexo, las drogas y la bebida hasta que un día se dio cuenta que eso no lo llenaba. En ese momento, su padre agradeció a todos los cielos y a cada santo al que le había hecho una manda que su hijo por fin se enrielara y terminara su carrera de constructor civil.
Con el pasar del tiempo y en su “estado contemplativo”, como él decía, decidió seguir los pasos de su padre y hermano y viajar a Nueva York para ampliar su imperio y demostrar lo bueno que es en su trabajo.
Es un chico alegre y desinhibido, que le gustan las series de detectives y aprovechar el tiempo echado en su sofá favorito comiendo palomitas y bebiendo Coca cola, eso lo mantenía entretenido. Además, ya no le importaba salir de fiesta o tener mujeres para sacarse ese mal sabor de la boca, disfrutaba la vida día con día y se mantenía célibe, hasta el nivel que se transforma en un monje tibetano.
Las relaciones no le interesan, pues, después de su epifanía, está buscando a la indicada y con esa idea toma sus maletas y deja su tranquila vida en Dublín.
Pero ¿qué pasa cuando llega a Nueva York y la conoce a ella?
Ella no lo toma en cuenta.
Ella lo ningunea.
Ella lo ve como el hijito de papá que es.
Ella es la única que no cae bajo sus encantos.
Joder! Ella debe ser mía…