Ava
Cuando me vi rodeada por la manada de forasteros lejos de nuestro territorio, intenté contactar a mi pareja, Ricardo, mediante el enlace mental, suplicando ayuda.
Sin embargo, él me rechazó quince veces, hasta que finalmente bloqueó el enlace por completo.
Al final, me desplomé agotada y perdí el conocimiento, mientras mi loba aullaba desesperada.
Cuando desperté en la enfermería, Santiago, el Comandante de la Manada de Hombres Lobo, estaba sentado en silencio a mi lado.
Él fue quien recibió mi desesperada llamada mental. Dirigió a sus guerreros, aplastó a los forasteros y me salvó de las garras de la muerte.
Al mirar sus ojos preocupados, ya no dudé más, respiré hondo y, con una determinación inquebrantable, dije:
—Santiago, he tomado mi decisión. Me iré al Territorio del Norte para entrenar, partiré en dos días.
Diez minutos después, Ricardo irrumpió en la habitación con Esperanza, su supuesta hermana adoptiva, y nuestros gemelos detrás.
Pateó la puerta y me señaló, gritando con furia helada.
—¿Montaste todo este espectáculo solo para opacar a Esperanza? ¿Te das cuenta de cuánta fuerza de los guerreros desperdiciaste, solo para alimentar tu vanidad? ¡No mereces ser una Luna!
Mi hijo mayor, Cristóbal, me lanzó una mirada penetrante y se burló.
—¿Dónde está la herida, mamá? Te ves perfectamente bien. ¿Fingiste todo esto solo para llamar la atención?
Mi hijo menor, Diego, me miró con ojos llenos de decepción. Negó lentamente con la cabeza y susurró.
—Mamá, ¿nos mentiste otra vez... solo porque queremos más a Esperanza?
Esperanza se aferró a la mano de Ricardo.
—Lo siento, Carmen... no volveré a celebrar mi cumpleaños. Por favor... deja de causarle problemas a Ricardo y a los gemelos.
Apreté los puños e impedí que Santiago se levantara para defenderme.
Los vi marcharse a a los cuatro, sin mirar atrás.
Entonces, me volví hacia Santiago y, con gélida claridad, dije:
—Esta vez, no tengo dudas ni arrepentimientos. Me iré contigo al Territo.