s puertas del ascensor se abrieron a un mundo que Catalina solo había visto en películas, una rica mezcla de dinero antiguo con un interior moderno.Todo era elegante, limpio y silencioso, como si incluso el aire hubiera sido pulido.¡Absolutamente elegante!El penthouse se extendía sin fin, con líneas limpias y un gusto caro, ventanas de piso a techo con vista a la ciudad, suelos de mármol que brillaban bajo luces empotradas suaves, muebles que susurraban elegancia en lugar de gritarla.Entró despacio, su reflejo multiplicándose en las superficies brillantes. “Este lugar parece que no permite huellas dactilares.”Alejandro no respondió. Entregó su chaqueta a una mujer uniformada que apareció casi sin hacer ruido.“Nina, esta es la señorita Rivas, la dama de la que te hablé,” dijo, lanzándole una mirada cómplice.“Bienvenida, señorita Rivas.” La mujer, de unos cuarenta y tantos, le dio a Catalina un asentimiento breve. “He arreglado tu habitación en el ala este,” dijo, y abrió camino,
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