Una semana después del tambor lento y la escoba testigo, Lucía despertó con una certeza en el pecho y un antojo de mango con queso que no se explicaba con lógica. Se miró al espejo, se tocó el vientre y sonrió como quien guarda un secreto que pronto será canción.Jhonson estaba en la cocina, intentando preparar té con papelón (una receta que nadie le había enseñado, pero que él insistía en perfeccionar). Lucía se acercó, le quitó la cuchara de las manos y le dijo:—Tengo algo que contarte. —¿Rompí otra taza? —preguntó él, nervioso. —No. Rompimos otra cosa… el calendario. Estoy embarazada.Silencio. Luego, una explosión de alegría. Jhonson dejó caer la cuchara, el papelón rodó por el piso, y ambos se abrazaron como si el reino acabara de ganar una copa mundial de ternura.—¿Estás segura? —susurró él. —Tan segura como que tu té sabe a sopa —respondió ella, riendo.Los amigos tontos llegaron justo en ese momento, con empanadas, titulares ficticios y cero discreción.—¡Buenos días,
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