Ella arqueó una ceja. Sus ojos cálidos brillaron. —¿Eso era eso? —Sus labios permanecieron entreabiertos tras la pregunta, un coqueteo que solo sirvió de provocación para el diablillo que le susurraba al oído.—Sí. —Él la observó, esperando una señal más, algo que le indicara que era buena idea hacer lo que quería.Una oleada de calidez la inundó. —Si solo querías presumir, puedes hacerlo cuanto quieras. De todos modos, seguimos aquí. Ese era el trato.Y ahí estaba. No era exactamente lo que él hubiera preferido, pero era algo. Inspiró profundamente, decidido, y acortó la distancia entre ellos. La rodeó con ambas manos por el cuello, hundiendo los dedos en el sedoso cabello de su nuca y alzando sus labios hacia los suyos, consiguiendo lo que deseaba con un beso tierno, pero insistente. Sus labios eran dulces, de esos que te hacen lamer la cuchara una y otra vez, anhelando un último bocado. —Dime que pare —dijo, sin soltarla de la nuca. Su pulgar acarició la suave piel bajo su oreja.
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