Pulsó un botón en el mando y una de las amplias puertas del garaje comenzó a abrirse. El aire fresco entró, pero ella agradeció el alivio que le produjo a sus nervios de punta. Javier se puso el casco, luego las gafas de sol. Por último, se calzó unos guantes de cuero negros.
—Sí —respondió ella, acercándose a la moto. Entonces se dio cuenta de que no era la idea del paseo lo que la ponía nerviosa, sino la idea de tocarlo. ¡Cómo le encantaba tocarlo! Se puso el casco, se ajustó la correa de la barbilla y se agarró a sus hombros mientras se subía a la moto detrás de él.
Arrancó el motor. La moto rugió bajo ellos. —¡Agárrate fuerte! —le gritó.
Ella rodeó su cintura con los brazos con timidez. No quería que fuera tan obvio. Mejor esperar a que la velocidad requiriera un agarre más firme. De pronto, se pusieron en marcha, aunque despacio, mientras él se giraba para cerrar la puerta del garaje. Entonces aceleró, rodeando los cobertizos, bajando por el camino de grava hasta la carretera, ab