Padre Kenai me observó sin inmutarse, guardando silencio con esa paciencia desquiciante que siempre tenía. Toda mi vida había estado ahí para mí, escuchando mis quejas y mis disgustos, aguantando mis rechazos, mis faltas de respeto, mi desprecio por ser el príncipe consorte de quien creía que era mi madre, y, sobre todo, porque sabía que no era su hijo biológico. Sin embargo, se mantenía a mi lado, representando el papel de padre. —Deja de pensar en otras cosas, hijo —dijo, poniendo una mano sobre mi hombro—. No temas, nada va a pasar. Solo deja que Sol salga de ti; verás que no le ha pasado nada y será como siempre. A partir de ahora, ella es tu esposa para toda una eternidad. Puedes quitar ese collar que le pusiste en el cuello, nadie podrá jamás marcarla porque el poder que los une es superior. Y tú no la muerdas nunca, no te hace falta.
Leer más
72. RESOLVIENDO MAL ENTENDIDOS
La serenidad que Kenai solía irradiar parecía haber sido reemplazada por una confusión tan profunda que era casi palpable. Su respiración se volvió más pesada, y por un instante no supo a dónde llevar su mirada: primero a mis ojos, luego al suelo, después al cielo nocturno que apenas lograba colarse por las ventanas. —Me he dado cuenta de que te he malinterpretado —quise dejar las cosas claras con él—. Es verdad que mi abuela te puso a averiguar quién es mi verdadero papá; sin embargo, tú me has estado cuidando siempre. Perdón, padre Kenai, por lo mal que te he tratado. —Hijo, tienes todos los motivos para sentir que traicioné tu confianza, porque lo hice, lo hice; por favor, discúlpame —dijo para mi sorpresa—. Sin embargo, después me arrepentí y no le iba a hacer daño a tu Sol; solo tomaría u
Leer más