Ámbar levantó la mirada de inmediato, como si la pregunta la hubiera despertado de un trance. Un brillo intenso, húmedo y dulce, se encendió en sus ojos. Su voz tembló un poco, pero no de duda, sino de pura emoción.—Sí… sí, me gustaría —manifestó.La doctora asintió, concentrándose unos segundos más en el monitor. Hizo un pequeño ajuste, inclinó el transductor con sumo cuidado y entonces, con la misma serenidad con que alguien revela un secreto hermoso, murmuró.—Es un varón.Ámbar parpadeó, como si necesitara confirmar que había oído bien. Luego, una risa breve, temblorosa y luminosa escapó de su pecho, y sus ojos se llenaron de lágrimas que ya no intentó disimular. Se llevó una mano a la boca, incrédula, con la otra aún entrelazada con la de Raymond.—¿Un niño? —susurró, con la voz quebrada por la emoción—. ¿De verdad?La ginecóloga asintió con una sonrisa cálida.—Sí, un pequeño varón. Se ve muy saludable, su corazón late con mucha fuerza.Ámbar giró la cabeza para mirar a Raymond
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