Fleure
El coche desacelera y finalmente se detiene frente a las monumentales rejas de su dominio. Los altos portones de hierro forjado se abren lentamente con un chirrido que me da la impresión de cruzar una frontera invisible. Más allá, la mansión se erige, masiva, aplastante, iluminada por decenas de ventanas con destellos dorados. Una fortaleza. Una trampa.
Mi corazón late con fuerza en mi pecho. La noche ya me ha dejado sin aliento, pero siento que lo peor apenas comienza.
Aaron sale primero. Su sombra se proyecta sobre el suelo empedrado como la de un conquistador. La puerta se abre de mi lado, y sin una palabra, me ofrece su mano. No quiero tomarla. Pero su mirada es una orden, y mis dedos, a pesar de mí, se aferran a ella. Su agarre firme me arranca toda posibilidad de huida.
Me enderezo, las piernas aún temblando.
— Quiero irme a casa, suelto, con una voz seca, casi rota.
Él se paraliza. Lentamente, sus ojos se entrecierran. El silencio a nuestro alrededor se vuelve pesado, ca