Valeria sintió que el aire se volvía pesado, como si el silencio mismo respirara con ella. Alexandre permanecía de pie junto a la ventana, la luz tenue de la madrugada dibujando su silueta recortada en la penumbra. Su presencia imponía, incluso sin decir palabra.—¿Por qué me miras así? —preguntó Valeria, con la voz quebrada entre el miedo y la rabia contenida.Él no respondió de inmediato. Encendió un cigarrillo, aspiró profundo y exhaló con calma, como si cada bocanada le diera control sobre la situación.—Porque aún no entiendo qué haces aquí —dijo al fin, sin mirarla—. No sé si fue el destino… o mi error.Valeria se incorporó lentamente, la sábana resbalando por su piel. Sentía frío, pero no era el clima, era su mirada, esa manera en la que Alexandre la observaba, como si quisiera leerla, poseerla o destruirla.—No pedí estar aquí —respondió ella, con un hilo de voz—. Y tú lo sabes.Él se giró despacio, y cuando sus ojos se cruzaron, Valeria sintió un estremecimiento que no supo s
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