Alexandre observaba el amanecer desde la ventana de su oficina. El vidrio reflejaba la luz pálida del sol, pero sus pensamientos eran más oscuros que nunca. En la mesa, un dossier perfectamente ordenado contenía fotografías recientes de Valeria y Gabriel: en el mercado, caminando, riendo. Esa última imagen lo irritó más que todas las anteriores.
Tomó una copa de vino, aunque aún era temprano, y la sostuvo entre los dedos sin probarla.
—¿Así que crees que puedes escapar, Valeria? —murmuró, con una sonrisa apenas visible—. Qué ingenua.
Su asistente, un hombre de rostro severo y traje impecable, entró sin hacer ruido.
—Señor, los contactos del periódico están esperando su confirmación.
—No todavía. —Alexandre dejó la copa sobre el escritorio—. Quiero que busques algo más personal esta vez. No solo rumores. Quiero que ella se sienta vigilada… observada.
—¿Hasta qué punto? —preguntó el asistente.
Alexandre lo miró con esos ojos que helaban el aire.
—Hasta el punto en que dude de todos, inc