El amanecer se alzaba entre los restos calcinados del bosque.
Las ramas, ennegrecidas, humeaban todavía.
Los portadores Vorlak habían pasado toda la noche controlando incendios y recogiendo los fragmentos de energía que Ciel había desatado.
Pero en medio del desastre, una calma sobrenatural se había extendido.
Dentro de la fortaleza, Ciel yacía en la cámara de energía, envuelta en un campo protector trazado por Leonardo.
Su respiración era pausada, su cuerpo inmóvil.
Solo su corazón, latiendo con fuerza irregular, rompía el silencio del lugar.
Ian estaba sentado junto a ella, con la mirada fija en su rostro.
No había dormido.
No podía.
Cada vez que cerraba los ojos, revivía el instante en que ella gritó su nombre antes de que todo se rompiera.
Jordan se encontraba en el otro extremo del salón, de pie, observando por la ventana.
La tensión entre ambos era espesa, como una herida abierta que ninguno se atrevía a tocar.
Leonardo entró sin hacer ruido, su capa oscura aún empapada.
Su voz