El sonido de los pasos en el pasillo fue como un golpe seco al pecho de Valeria. Reconocería ese ritmo donde fuera: firme, pausado, autoritario. Alexandre estaba allí.
Gabriel se puso de pie de inmediato y caminó hasta la puerta, bloqueándola con su cuerpo. La respiración de Valeria se aceleró, mientras sus manos se aferraban al borde del sofá. Por un instante, solo se escuchó la lluvia golpeando los cristales. Luego, un golpe en la puerta.
—Valeria —la voz grave, controlada, helada—. Abre la puerta. Sé que estás ahí.
Ella se cubrió la boca con la mano para contener el temblor. Gabriel le hizo una seña para que guardara silencio, pero Alexandre no parecía tener intención de esperar. Otro golpe, más fuerte esta vez.
—¿Qué quieres, Alexandre? —gritó Gabriel desde el otro lado.
—Solo hablar. No tengo intención de hacer nada… todavía.
Gabriel soltó una risa seca.
—Eso lo dices ahora. Pero ambos sabemos lo que pasa cuando te “calmas”.
Del otro lado se escuchó un silencio prolongado, inquie