El sol de la tarde se filtraba por las cortinas blancas de la habitación, bañando todo con una luz cálida y serena.Cristian estaba recostado, con la bandeja aún frente a él y restos del almuerzo en la mesa. Luz le limpiaba la boca con una servilleta húmeda, con esa paciencia que solo ella podía tener para alguien tan odioso como él.—Ya está, —susurró con una sonrisa suave—, ni un grano de arroz sobrevivió a la batalla.—Tú eres peor que las enfermeras —bromeó él, intentando tomarle la mano.—Calla, que le digo al doctor que volvamos a las sopas de nuevo —replicó ella con una media sonrisa.Cristian rió, ese sonido bajo y rasposo que le encantaba. Pero justo entonces, el clic de la puerta sonó, y ambos voltearon al mismo tiempo.Lissandro San Marco entró primero, impecable como siempre, con la camisa negra arremangada y el porte sereno que imponía sin esfuerzo. A su lado, Anna caminaba tomada de su mano, su sonrisa amable iluminando el ambiente.Luz dio un respingo, su corazón golpe
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