CAPÍTULO 23.
Control absoluto. Sofía Owen. Ser la hija perfecta fue, durante años, mi profesión y mi destino. Aprendí a sonreír con la medida adecuada, a extender la mano firme en los cócteles, a escuchar con la cabeza inclinada el tiempo justo para que nadie pensara que quería hablar más. Me enseñaron a ser encantadora y útil, a resolver problemas sin manchar el nombre de la familia. Y teniendo todo eso, aprendí pronto otra cosa: que el control, si se desea con la suficiente ferocidad, puede convertirse en una forma de amor propio deformado. Cuando me aseguraron que Elián sería mío por tradición, por conveniencia y por el capricho de una madre que me quería como ahijada, acepté. No era ingenuidad: era estrategia. Si la vida me colocaba en una mesa con la posibilidad de asegurar mi apellido, mi talante, mi futuro, no iba a mirar hacia otro lado. A ese contrato le añadí otro pensamiento: si no podía tener su corazón, al menos poseería su mundo. Y ahí, en lo que otros llaman “triunfo”, fue donde b
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