Isidora despertó el lunes con un peso en el pecho que no la dejaba respirar. Las palabras de Amy seguían resonando en su mente como campanas funerarias. Las dudas sobre Diego se habían instalado en algún lugar oscuro de su cerebro, creciendo como moho.Necesitaba claridad. Paz. Algo que el taller y los diseños no podían darle.Se vistió con ropa simple, una falda larga color azul marino y una blusa blanca. Tomó su bolso y bajó las escaleras sin desayunar.Caterina la interceptó en el vestíbulo.—Señorita Almonte, la señora Julieta preguntó si podía...—Dile que salí. Volveré esta tarde.—¿A dónde va? Por si preguntan.Isidora vaciló. No quería mentir, pero tampoco quería explicar.—A un lugar donde puedo pensar con claridad.Tomó un taxi hasta las afueras de Barcelona, donde el Convento de Santa Teresa se alzaba en una colina rodeada de jardines. Era temprano, apenas las nueve de la mañana, y el sol de octubre bañaba las paredes de piedra con luz dorada.Isidora había estado allí docen

La mañana del concurso amaneció clara y fría. Isidora se despertó a las seis, con el estómago hecho un nudo de nervios. Los tres diseños estaban empacados cuidadosamente en bolsas especiales, listos para ser transportados al teatro donde se celebraría la gala esa noche.Diego llegaría a las ocho para recogerla. Amy había insistido en venir también, para "apoyo moral", según sus palabras.Isidora se duchó lentamente, dejando que el agua caliente relajara sus músculos tensos. Cuando salió, Caterina había dejado el desayuno en su habitación: café, tostadas, fruta. Isidora apenas pudo comer nada.Su teléfono vibró. Un mensaje de Diego."¿Lista para cambiar tu vida?"Respondió: "Lista para intentarlo."A las ocho en punto, escuchó el timbre. Bajó las escaleras con su vestido para la gala cuidadosamente doblado en una bolsa. Era el cuarto diseño que había creado, uno que no era parte del concurso sino puramente para ella misma.Diego estaba en el vestíbulo, hablando cortésmente con Caterina.

La celebración después del anuncio fue caótica. Personas que Isidora no conocía la felicitaban. Le ofrecían contratos. Querían fotografiarse con ella. Era abrumador de la mejor manera posible.Diego no se apartaba de su lado, protegiéndola de la multitud cuando se volvía demasiado intensa, facilitando conversaciones cuando era necesario.Amy también estaba allí, sonriendo y celebrando. Pero había algo forzado en su alegría que Isidora comenzaba a notar.Después de una hora de celebración constante, Isidora necesitaba un momento para respirar. Se excusó y caminó hacia el balcón privado del teatro, donde el aire fresco de octubre le golpeó el rostro.Cerró los ojos, procesando todo lo que había pasado. Clara intentando sabotearla. Diego defendiéndola. Ganar el primer lugar. Era demasiado para asimilar.—Ahí estás.Isidora se giró. Amy estaba en la puerta del balcón, sus brazos cruzados sobre su pecho.—Necesitaba un momento —explicó Isidora—. Es todo muy abrumador.—Te entiendo —Amy se a

Isidora miró los ojos de Diego, viendo en ellos todo lo que él había dicho y mucho más que las palabras no podían expresar. Vio paciencia infinita. Vio amor sin condiciones. Vio respeto absoluto por su tiempo y su proceso de sanación.Y tomó la decisión más valiente de su vida.Se puso de puntillas, cerrando la pequeña distancia que quedaba entre ellos, y lo besó.Fue diferente de cualquier cosa que hubiera experimentado antes. No fue tomado por la fuerza. No fue robado sin permiso. Fue dado libremente, con consentimiento mutuo, con deseo compartido y respeto absoluto.Los labios de Diego eran suaves contra los suyos, moviéndose con una ternura que hacía que su corazón se expandiera dolorosamente. Sus manos se movieron a su cintura, no posesivas ni controladoras sino reverentes, como si ella fuera algo precioso que necesitaba proteger de todo daño.Isidora profundizó el beso, sus manos moviéndose a su cabello, permitiéndose sentir sin miedo por primera vez en su vida. Sin la sombra del

Matteo salió del Teatro Nacional como un hombre en trance. Sus piernas se movían automáticamente, llevándolo hacia su auto sin pensamiento consciente. El aire frío de octubre le golpeó el rostro, pero apenas lo sintió.Las rosas blancas aún estaban en sus manos. Las había elegido específicamente esa tarde, pasando media hora en la florería más exclusiva de Barcelona. Blancas por pureza. Por nuevo comienzo. Por disculpa sincera que esperaba que ella finalmente aceptara.Ahora se sentían como una burla cruel.Llegó a su Mercedes y se quedó de pie junto a él, sin saber qué hacer. El conductor lo miró con preocupación desde el asiento delantero, reconociendo la expresión devastada en el rostro de su empleador, pero Matteo lo ignoró completamente.Sacó su teléfono con manos temblorosas y llamó a Franco.—¿Mat? —contestó Franco después de dos timbres, su voz alegre—. ¿Cómo fue? ¿Le diste las flores? ¿Se ablandó?—Estaba besando a Diego Clarck.Silencio del otro lado. Un silencio tan pesado q