Damian corría al frente, cada paso resonando sobre el asfalto mojado, con la pistola en mano. Isela tropezaba ligeramente, tratando de mantener el ritmo, y Leo sostenía la mochila con el dispositivo como si fuera lo más frágil del mundo, consciente de que un solo error podía condenarlos.— ¡Aquí! —Gritó Damian, señalando un par de autos abandonados a un costado de la calle—. Dos deben bastar para dividirnos.Sin mediar palabra, Leo y él saltaron al primero. Isela se quedó unos segundos indecisa, observando cómo el cuaderno dentro de la mochila parecía palpitar bajo la lluvia. Finalmente, subió al segundo vehículo, y antes de arrancar, sus miradas se cruzaron. Había algo más que urgencia en esa mirada: un hilo de miedo, de complicidad, y tal vez algo que se negaba a nombrar.Arrancaron, derrapando sobre los charcos. Damian tomó la delantera, con Livia de copiloto, mientras Isela iba a menor velocidad con su hermano. Cada pocas cuadras, Leo y Damian cambiaban de ruta, tomaban callejones
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