El último bocado de almuerzo le supo a hiel en la boca. Sofía dejó el tenedor sobre el plato, la voz irritante de Clara aún resonando en sus oídos. Con una mano distraída, siguió dándole suavemente la papilla a Lilly, quien comía con la feliz inconsciencia de quien ignora los problemas de los adultos.Alzó la mirada y se encontró con los ojos de Sebastián, que la observaba en silencio desde el otro lado de la mesa. No hizo falta decir una palabra. En su mirada no había reproche, sino una pregunta muda, una búsqueda de confirmación, como si le dijera, ¿estás segura de esto?Sofía, sintiendo el peso de esa mirada, asintió levemente. Una tensión invisible que ni ella misma había notado que cargaba en los hombros, comenzó a ceder.Sebastián exhaló un suspiro, casi de alivio.—Está bien —dijo, su voz salió tan serena que llenó la cocina—. Intentar ayudar está bien. Es lo correcto. Pero, Sofía… —su tono se cargó de una firmeza que buscaba protegerla—. No te dejes engatusar por ese par. Él p
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