Los días después de aquel juicio, habían pasado en calma. Verónica dedicaba su tiempo a Alexander, su pequeña empresa y a sus dos amigas. El embarazo de Helena se comenzaba a notar, las tres estaban emocionadas con aquello, aunque aún no tenían la firma de Alessio para el divorcio, Helena se sentía mejor consigo misma. Verónica había sentidos los días como si por fin todo fuera normal. Había abonado grandes cantidades de dinero a su deudor, el juicio aún no tenía fin, no podía trabajar como doctora, pero no se sentía sola o triste. Tenía a Alexander, que a su manera le desmotivada apoyo, a Sonia y Helena. Sus abogados aún seguían trabajando, el abogado Martínez con el divorcio de Helena y Camp con el estafador de su padre. Las cosas parecían seguir un rumbo. — ¿Nos vemos hoy para cenar? —preguntó Alexander— Paso por ti al departamento. Verónica rió— ¿Cómo sabes que estaré allí? — Desde que ayudas a la esposa de Alessio, estás mucho en ese lugar —respondió rápido— Solo supuse

Alessio Bennet había terminado en el hospital King. Sus heridas no eran de riesgo, pero si debían ser tratadas. Su familia había llegado después de que fue ingresado, exigiéndole que dijera que había pasado. — ¿Quién fue el culpable? Lo pagará, solo dame el maldito nombre —exigió su madre con enojo. Alessio resopló, él mejor que nadie sabía que no podían hacer nada en contra de la familia Dixon. — No servirá de nada —respondió Alessio. — ¿Qué está pasando, hijo? Necesito una explicación, no eres tú mismo estos últimos meses. — No es nada —respondió sin ganas— No quiero que se metan en mis asuntos. — Es por la zorra de tu esposa —acusó la hermana, que se había mantenido callada hasta ahora— Desde que se fue, eres otro. ¿Con qué te amenaza? — Helena no tiene nada que me de miedo, hermanita. — Explícame —exigió su madre— ¿Qué está pasando para poder ayudarte? Alessio bajó la cabeza, sus desesperación crecía. No había nada que su familia pudiese hacer para hacer

Había pocos días donde Verónica acompañaba a Alexander a su oficina, donde ella tenía ya una oficina para trabajar desde allí. Al final del pasillo, en el mismo piso que su esposo. Alexander se había tomado la seguridad de su esposa muy en serio después del atentado que sufrió. De hecho, sin avisarle a Verónica, había investigado si había relación con el asalto que sufrió saliendo del hospital King hace unos meses. — ¿Cómo te sientes hoy? Después de la comida llegaré, para que cenemos juntas —dice Verónica por el altavoz de su teléfono a Helena. — Sería genial, Sonia me ha avisado que dormirá conmigo hoy —respondió Helena, a quien se le notaba la alegría de no estar sola. — Es estupendo, todo ha estado bien hoy? — Si, todo bien. Verónica entendía que aquello fuese una total mentira. Helena Sanders había dejado en claro que aunque no entendía la razón, amaba a su despiadado esposo. Por mucho que debería odiarlo, ella lo amaba. Una parte de ella, una muy grande, dese

El viento soplaba fresco en la ciudad, los árboles estaban dejando caer las primeras hojas del cambio de estación. Las nubes se formaban en el horizonte amenazando con las últimas lluvias del año, todo parecía seguir avanzando. La mujer con cara demacrada, pisó el suelo, saboreando aquella nueva oportunidad que la vida le había dado, comenzando sola, pero con las pruebas de un nuevo plan. Una hoja de alguna revista cortada cayó en sus pies; "Alexander y Verónica Dixon; Los reyes de la donación" Ese era el título de aquel artículo, como si la vida se riera de ella. Lo levantó solo para ver de cerca aquella foto, donde lucen como un gran matrimonio joven, feliz, millonarios. — Sigues tan muerta como el día en que te metieron a la cárcel —dijo la voz de un hombre. La mujer arrugó la hoja en su mano, sonriendo, demostrando que esto no había terminando aún. — Es un placer verte de nuevo, Marino Halls —saludó la mujer, sosteniendo la mirada del padre de Sonia. — Solo

La casa de la familia Halls luce demasiado equilibrada, perfecta y silenciosa. Una vez al mes, Sonia es obligada a comer en dicha casa, con toda la familia. Aunque siempre debe escuchar los horrorosos chistes sobre su trabajo de sus hermanos mayores o la familia, en general. «Soy la oveja negra de la familia». — Bienvenidas de vuelta, señorita Sonia —saludó una sirvienta con una gran sonrisa— Tenemos invitados para la comida de hoy. — Gracias —Sonia respondió sin ganas, esas «sorpresas» nunca eran para ella. Su familia le había dado la espalda desde hace mucho tiempo atrás. Cuando ella eligió estudiar lo que mas le agradaba, todo se fue a la ruina. Las burlas, las humillaciones, todo se hizo presente como si de la noche a la mañana hubiesen cambiado a su familia. Cuando Sonia llegó al comedor, estaba presente su madre, dos hermanos mayores una hermana menor; — Buenas tardes —dijo Sonia fríamente al entrar. Todos levantaron la mirada, cuando vieron que era Sonia, s